¿Responsabilidad? Ninguna. ¿Visión de Estado? Tampoco. ¿Planificación? Ocurrencia. ¿Objetivo? El Poder. Dentro de este contexto poco edificante debe enmarcase por encima de cualquier interpretación partidista la desaforada competición institucional desatada en torno al bazar de las gangas fiscales –ricos aparte– en apenas cuatro desquiciantes días. Una disparatada carrera de trufado acento electoralista que señala al PP como padre de la criatura y autor intelectual de un relato que le beneficia enormemente y que, desde luego, pilla con el pie cambiado al Gobierno español porque desnuda sus contradicciones ideológicas y, de paso, evidencia los miedos del PSOE por conservar en mayo su poder en varias comunidades autónomas. Un frenesí descorazonador para el sentido común. Un golpe mortal a las conclusiones de aquella comisión de expertos creada un día para definir una reforma fiscal y que se la ha llevado el viento de la invasión rusa en Ucrania y, sobre todo, las descarnadas apetencias partidistas. Otro capítulo de la improvisación interesada.

La tributación fiscal ha venido a propiciar un alocado zoco en esta España autonómica que ve acribillada su credibilidad por la visión cortoplacista de sus gobernantes. Será difícil encontrar una sucesión de hechos tan nefastos para la sensatez como los sufridos a partir del súbito desmarque de Ximo Puig, abrazando en esencia las tesis de reducción fiscal de Feijóo a favor de los menos favorecidos. Ha valido única y espuriamente el pavoroso miedo de este líder autonómico a perder su reinado valenciano, sobre todo por la carcoma interna que asola a sus socios de Compromís, para que todo un Gobierno estatal se rasgue las vestiduras desdiciéndose entre tropezones de su política fiscal ante la perplejidad del respetable y la algarabía del PP. Peor aún, para que empezara a fluir, precipitadamente y sin recato alguno, el efecto mimético en otras comunidades –también amenazadas por el juego de las minorías apuradas– y así componer una bochornosa estampa de reclamación populista que, al final, ha acabado por dejar a los pies de los caballos la pétrea voluntad de Pedro Sánchez y la ministra Montero de ningunear los planteamientos impositivos del primer partido de la oposición. La búsqueda desesperada de subterfugios para disimular desde Hacienda tan estruendosa rectificación –impuesto de solidaridad– todavía extiende más la mancha del ridículo, de la que, con razón, Unidas Podemos se siente ajena. Una reacción a salto de mata que se garantiza, con bastante fundamento, la rebelión de Andalucía y Madrid. O, quizá, simplemente era lo que se pretendía.

En cuestión de revueltas, las de RTVE son a navajazo certero y con dosis de venenosa traición. Pérez Tornero lo ha sufrido en carne y hueso con su cese instruido desde La Moncloa, aunque alimentado con inquina y tenacidad durante mucho tiempo por su sucesora, Elena Sánchez. Paradójicamente, uno y otra fueron elegidos consejeros por el primer partido de la oposición. Hasta ahí han llegado los nervios de las encuestas. Como si nadie quisiera darse cuenta de que el auténtico cáncer son las pésimas audiencias.

Nada comparable con el carajal del independentismo catalán. Cinco años después de aquel referéndum del 1-0 que hizo temblar buena parte de la credibilidad democrática de España dentro y fuera de sus fronteras, que insufló una aspiración legítima, y que puso en jaque a los pilares esenciales de un Estado, la fotografía sale en blanco y negro, preñada de desencanto. La sangría interna en la Generalitat, como exponente desalentador de una agrietada coalición plagada de recelos, destila, de entrada, una enorme frustración ciudadana. La mayoría independentista no se entiende ni para gobernar su propio país. El españolismo se frota las manos. Y la mesa de diálogo ya puede esperar, aunque será un error. Mientras, el descrédito compartido desborda los análisis más benévolos. ERC y Junts no discrepan sobre la gobernabilidad de Catalunya o la metodología presupuestaria, ni siquiera de la política de bienestar social. Lo suyo parece reducirse a una cuestión de quién es el auténtico macho alfa de la pureza y exigencia secesionista. Una tamaña irresponsabilidad en medio de una crisis económica que podría agravarse con una convocatoria de elecciones. De momento, Junts, tantas veces desafiante, se ha asomado al vacío y se ha dado cuenta de que puede quedarse sin 250 cargos y 20 millones. Quizá así se anime a seguir, como mínimo, hasta mayo y desgastando al rival. Hasta que Aragonès se canse de verdad.