Madrid

“A por todas”. Como si ya hubiera elegido el eslogan de su próxima campaña electoral, Pedro Sánchez enfatizó ayer con reiteración su propuesta de supervivencia hasta el final de legislatura. Lo hizo sobre la base de una inconexa catarata de medidas favorables a las clases medias y trabajadoras –su auténtico objeto de deseo– para amortiguar la inflación y unos impuestos contra los beneficios de las eléctricas y financieras que enardecieron a Unidas Podemos, para ingresar 7.000 millones, mientras la Bolsa penalizaba la medida con fuertes caídas. Así aprovechó el presidente los 81 minutos de su discurso en el recuperado debate del estado de la nación, reducido a medidas puntuales sin autocrítica alguna y que no conmovió a nadie, salvo a los dos portavoces de UP. Asens lo tildó de “valiente” y Echenique acabó “encantado”. Para el PP fue “insultante”.

Cuando más necesita sacar la cabeza, Sánchez persiguió rearmarse. Barnizó el debate de ideología. Se puso rápidamente del lado de los que más sufren las consecuencias de una inflación cuya desviación llegó a situar en el gran consumo posterior a la primera ola de la pandemia. Les ofreció nuevas dádivas, consciente de que necesita apuntalar su granero electoral. Luego, se dedicó a coser las deshilvanadas costuras de la coalición de gobierno oficializando el impuesto temporal a las eléctricas, gasistas, petroleras y financieras para algarabía y encendidos aplausos de Unidas Podemos, que así ya se considera vencedor moral desde el primer día de esta maratón plenaria. Y, finalmente, afeó a la derecha por su incapacidad para defender la justicia social y nadar en la corrupción. Sin embargo, no removió conciencias. Tampoco era previsible. A Cuca Gamarra esta escenificación gubernamental le sonó a los peores tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero. En presencia del hierático Feijóo, reiteró el conocido soniquete tras las elecciones andaluzas de que solo queda una solución: la llegada del PP al poder para recuperar la esperanza. Abascal le secundó en esta idea, aunque con mucha más beligerancia descalificante tras su consabido mensaje sobre inmigrantes, ETA y “aceras arcoíris”.

Sánchez lucha contra la adversidad. Aún peor, no sabe hasta cuándo porque asume que la inflación y los precios energéticos dependen de la guerra de Ucrania y ahí está la razón de una incógnita insoslayable. Consciente de este desgaste y del riesgo que sus ayudas se queden superadas por la cruda realidad, el presidente apeló a huir del catastrofismo y pidió hacer caso a los médicos especialistas y no a los curanderos, sinónimo éste para identificar a sus rivales políticos, mediáticos y de los cenáculos madrileños. Por eso, anunció la concesión de 100 euros mensuales a los becados de 16 años contraponiendo al plan de Ayuso en favor de los pudientes. Lo hizo sin tener en cuenta las competencias autonómicas, como le ocurrió también con su promesa del bono del 100% en Cercanías de Renfe. Pero nada comparable con los impuestos durante dos años a las eléctricas y a la banca. Rufián lo atribuye a que el presidente “se levantó de izquierdas”. Pero fue un espejismo del portavoz de ERC, demoledor en su voraz crítica. Exigió una reforma fiscal y “medidas coyunturales, no temporales, pero tienen miedo”. Quizá el portavoz republicano, que exhibió unas balas de la carga de Melilla para disgusto de Batet, sangraba por el desprecio de Sánchez hacia Catalunya. Apenas ocho segundos para apelar sin más al diálogo y nada para Marruecos.

Críticas de Gamarra

En su acoso, el PP denunció la política errática del presidente, le tildó de “trilero”, capaz de pedir el esfuerzo de ahorro energético a los ciudadanos sin adelgazar el gasto improductivo de 22 ministerios y 800 asesores. Cuca Gamarra lo hizo tras desoír la invitación a renovar de una vez el Consejo General del Poder Judicial y de haberse saltado el reglamento pidiendo un minuto de silencio en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, por quien portaron lazo azul en su grupo. Quizá buscaba el renuncio de EH Bildu y, desde luego, calentar el ambiente para cuando mañana el Congreso vuelva a partirse en dos con la ley de Memoria Democrática. Llegados a ese punto, Sánchez no aguantó más y les retrató por su reiterado uso torticero de las víctimas de ETA.