Es posible que haya sido solo una casualidad, pero suena a chusca tomadura de pelo. Justo ayer, 15 meses después de que le abrieran expediente, el PSOE anunció la expulsión de José Luis Ábalos. La otra gran medida, aventada pomposamente como punto de ciaboga para recuperar la confianza de militantes, votantes y socios, es la sustitución del achicharrado Cerdán por un conciliábulo de dirigentes encabezado por la primero felipista, luego zapaterista y ahora sanchista Cristina Narbona. Nadie como ella ha sabido encontrar el sol que más calienta en Ferraz. La prensa más afín —esa que, con sus ganas de no querer ver, ha contribuido al tantarantán socialista— saludaba la designación como una garantía para pilotar la regeneración. Por de pronto, junto a ella estará Ana María Fuentes, cuyo nombre figura también en el aniquilador informe de la UCO. Es un equipo para salvar las tres semanas que quedan hasta el comité federal del 5 de julio, pero la elección es sintomática. También lo fue la agónica espera hasta la comparecencia de Pedro Sánchez. Iba a ser a las once, pero el todavía líder del PSOE no apareció hasta las cuatro y cuarto. Entremedias, los teletipos seguían escupiendo a discreción noticias sobre la cosa: nuevos audios ponzoñosos, la entrega del acta y la petición de baja de militancia del exfontanero caído en desgracia, o el adelanto de las declaraciones ante el Supremo de sus compadres de tropelías y groserías, Ábalos y Koldo García. Y la cuestión es que, cuando por fin se puso delante de las cámaras, la alocución se quedó en una sucesión de frases negando la realidad que ha visto todo el mundo, aliñadas con quintales de salsa de “y tú más” y recurriendo una y otra vez al comodín chantajista de la alternativa de un gobierno de la derecha junto a la extrema derecha. Mucho ojo con lo que supone semejante argumento, que ya he visto comprar profusamente al fondo a la izquierda: no es para tanto mirar hacia otro lado ante la corrupción si es por una “buena causa”.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
