No hay nada más fácil que hacer una ley de vivienda. Como el papel de los boletines oficiales lo aguanta todo, basta con redactar una carta a Olentzero estructurada en epígrafes y subepígrafes, después de una pomposa exposición de motivos en la que se describa la jauja habitacional en la que viviremos tras la aplicación de la milagrosa norma. Otra cosa será convertir en realidad más allá del diez por ciento (hago precio de amigo) de los propósitos expresados. A las pruebas me remito. Desde que tengo uso de razón, he conocido un buen puñado de leyes y otras medidas en materia de vivienda y/o suelo de diferentes niveles institucionales que se han anunciado como la solución definitiva, y salta a la vista que no lo han sido. Todas han ido naufragando en su falta de realismo, que muchas veces era, en realidad, demagogia pura y dura. Para nota, la consignación del “derecho subjetivo” a un techo, consignado alegremente en la ley vasca de 2015, sacada adelante por Bildu y el PSE en un brindis al sol que provoca una mezcla de cabreo y bochorno. Pago caña y pintxo de tortilla al que me presente a alguien a quien, en virtud de aquella demasía voluntariamente incumplible, se le haya concedido una morada. Viene a cuento este (prolijo) preámbulo de la presentación, por parte de los líderes de PNV y PSE, Aitor Esteban y Eneko Andueza, de una proposición de ley que recoge una serie de medidas urgentes para tratar de atajar la precaria situación en materia de vivienda. No entro en el contenido concreto de la iniciativa, pero aplaudo su pertinencia y, sobre todo, la sinceridad de ambos al recalcar profusamente que en la cuestión de la que hablamos no hay soluciones mágicas. En lugar de prometer la arcadia feliz, los responsables de los dos partidos que comparten el gobierno de las principales instituciones vascas han optado por la honestidad. Es algo revolucionario. Qué pena que el principal partido de la oposición opte por el no, no y requeteno. Pero me temo que es lo que hay.
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