Hasta el presente minuto, no se ha conseguido probar ninguna irregularidad punible en las actuaciones empresariales de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno español.

Sí es cierto que un juez con una trayectoria peculiar ha abierto una investigación al respecto y que, de acuerdo con la noticia de penúltima hora, la Audiencia de Madrid la ha avalado, tumbando el recurso de la Fiscalía.

Pero por mucho que los medios de la derecha estén traduciendo directamente esa circunstancia como una prueba de culpabilidad irrefutable, no es así. Lo que se dice en el auto, después de señalar “el contenido algo deslavazado” de la denuncia de Manos Limpias, es que “hay datos objetivos suficientes que legitiman el inicio de la investigación” en uno de los casos de adjudicación pública.

Indicios, no pruebas

De ahí a dar por condenada a Gómez hay un buen trecho. Miren, en esta misma página, al destinatario de las cuatro letras, Francisco Camps, que acaba de ser absuelto por décima vez.

Otra cosa es que el hecho carezca de importancia o que se pretenda reducir, por parte de Pedro Sánchez y su partido, en el resultado de turbias maniobras orquestales en la oscuridad.

Que nadie dice que no las haya; es evidente que hay en marcha una descomunal operación de acoso y derribo del inquilino de La Moncloa y de su Ejecutivo a través de su cónyuge.

Pero, a fuer de ser sinceros, hay que reconocer que la actuación de Sánchez está dejando descubiertos varios flancos. Para empezar, canta lo suyo que la Fiscalía –como afea el auto de la Audiencia de Madrid– no esté disimulando su intento de tumbar la causa a cualquier precio.

Tampoco parece demasiado edificante que hayamos sabido que cuando el presidente del Gobierno español escribió su famosa carta anunciando que se tomaba cinco días de reflexión, ya conocía que el juez había ordenado la investigación de Gómez.

Igualmente, y aunque toda la bancada del PP, empezando por Alberto Núñez Feijóo, está disparando dialécticamente con el calibre más grueso, las respuestas del líder del PSOE empiezan a parecer sobreactuadas, cuando no tocadas de un cierto afán electoralista.