A veces, en medio del tráfago urbano, cuando la lluvia de Bizkaia se descuelga sobre las aceras como una cortina gris, uno puede distinguir figuras solitarias avanzando contra el viento. Son personas que han aprendido a caminar sin que nadie les pregunte adónde van. En esa procesión silenciosa se esconde una verdad incómoda: la soledad no deseada es hoy una sombra que se sienta a la mesa de muchos, aunque no haya plato servido.
Por eso llama la atención –y conmueve– que 25 restaurantes de Bizkaia hayan decidido abrir sus cocinas para dar de comer a un centenar de personas que, más que hambre, arrastran una ausencia. La iniciativa, impulsada por la Fundación Bisubi, Cáritas Bizkaia y BBK bajo el nombre de Utopia Isila Week, tiene algo de gesto antiguo, como aquellos puertos de refugio donde los marineros encontraban sopa y palabra antes de volver a zarpar. Del 1 al 5 de diciembre, durante cinco días que coinciden con el preludio del invierno, se ofrecerá algo que no aparece en las cartas: compañía.
En el estilo del buen hacer vasco, estos restaurantes no solo servirán comida; servirán presencia. Y quizá eso sea lo verdaderamente revolucionario en un tiempo donde el ruido de las redes oculta el silencio de quienes nadie escucha. La hospitalidad, cuando es sincera, no necesita proclamas. Basta un mantel bien puesto, el vaho que se levanta de un cocido, una silla que deja de estar vacía.
Hay quien dirá que esto es apenas un gesto simbólico, una utopía, como anuncia el nombre del proyecto, susurrada en un país que ha aprendido a desconfiar de los milagros. Pero toda utopía comienza así: como un murmullo. Lo importante no es que cambie el mundo de golpe, sino que lo haga respirable por un instante. En ese instante, alguien que ayer comió solo podrá mirar a los ojos a otro ser humano y pensar que tal vez no todo está perdido.
Cinco días, cien personas, veinticinco restaurantes. Una ecuación sencilla para un problema complejo. Y, sin embargo, basta que alguien abra su puerta para que otro se sienta, al menos durante una sobremesa, menos invisible. Ese es el verdadero menú de esta semana silenciosa: la certeza de que, incluso en los inviernos más fríos, siempre queda un rescoldo humano dispuesto a arder. La idea brillante no está en lo que se sirve en el plato sino en quienes se sientan a su alrededor.