Venga a nosotros su reino. Les hablo de una noticia, la de la incidencia más baja de incendios forestales en treinta años en Bizkaia que, en tiempos de desastres ecológicos y cambios climáticos alarmantes, suena casi a música celestial. Pero, como bien sabemos, en la vida, las melodías suelen tener sus disonancias.

La primera reflexión que surge al leer esta noticia es la sensación de alivio. En un mundo donde las llamas parecen devorar todo a su paso, donde los bosques se convierten en cenizas y los ecosistemas se ven amenazados, Bizkaia se alza como un faro de esperanza. La reducción de incendios no es solo un número; es la vida de miles de especies, es el aire que respiramos, es el futuro de un territorio que ha sabido cuidar su riqueza natural.

Sin embargo, no podemos caer en la trampa de la complacencia. La baja incidencia de incendios no es solo fruto de la suerte o de un clima benévolo. Detrás de esta buena noticia hay un trabajo arduo, una planificación meticulosa y, sobre todo, una conciencia colectiva que ha ido calando en la sociedad. La educación ambiental, la prevención y la colaboración entre instituciones y ciudadanos han sido claves en esta victoria. Es un recordatorio de que, cuando se trabaja en conjunto, se pueden lograr grandes cosas.

Pero, ¿qué pasará el año que viene? ¿Y el siguiente? La naturaleza es caprichosa y, aunque hoy celebremos esta victoria, no debemos olvidar que el cambio climático sigue acechando. Las condiciones que propician los incendios son cada vez más extremas y, aunque Bizkaia haya encontrado un respiro, el peligro sigue latente. La lucha contra los incendios forestales no es una batalla que se gana una vez y se olvida; es una guerra constante que requiere vigilancia, innovación y, sobre todo, compromiso. No olvidarlo será crucial para regar las buenas esperanzas. l