A nada que ustedes gasten la costumbre de matar el rato a golpe de pasatiempos –afición que, me temo, lleva un ritmo menguante hasta la desaparición final...– se acordarán de aquel en que, uniendo los puntos numerados con el trazo de un lápiz, se conseguía la silueta, qué sé yo, de un caballo o de una iglesia del románico. Incluso creo recordar que en cierta ocasión leía una greguería de Ramón Gómez de la Serna en la que decía algo así como “uniendo de manera ordenada todas las estrellas del cielo se logra la silueta del rostro de Dios”.
Entra en juego esta diversión porque al sacacorchista le recuerda algo a ella la decisión de Bizkaibus de recortar su tráfico por el centro de Bilbao, invitando a la gente usuaria a que una su viaje de intermodal en intermodal, conectándose entre sí con otros medios de transporte. “Iremos más al formato de tela de araña que al de línea recta”, han explicado los encargados del nuevo diseño. Como siempre ocurre cada vez que se anuncia un cambio, la gente afectada mira la idea con recelo. ¿Será para bien?, se preguntan. Los cambios de hábitos de transporte invitan a pensar que sí pero habrá que esperar a que ruede la rueda.
En un mundo donde el asfalto se ha convertido en el lienzo de nuestras vidas urbanas, la forma en que nos movemos refleja no solo nuestras preferencias, sino también nuestras prioridades y, en última instancia, nuestra identidad.
No será un cambio fácil. La infraestructura, en ocasiones, no acompaña, y la cultura del automóvil está profundamente arraigada en nuestra sociedad. Pero aquí es donde entra en escena la esperanza: cada vez más ciudades están comenzando a invertir en espacios para peatones, en carriles bici y en sistemas de transporte público más eficientes. A esa idea hay que aferrarse como una salida al mar de las mejoras.