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Conquista de la tierra

Eran esperados como agua de mayo pero llegaron como los bárbaros de Atila. Les hablo de los escuadrones de turistas que recorren las ciudades más atractivas del mundo en busca de una foto express, una retahíla de datos trufados con historias verídicas o de leyendas falsas (cada cual se queda con lo que más le atriaga...) y con visitas de médico a los rincones más atractivos de la ciudad. Y como quiera que ya se perdió la vieja costumbre del siglo XX de prepararse los viajes, empapándose de lo que uno va a ver de primera mano, ha surgido, en los últimos años, la contratación de visitas guiadas que ya florecen como las setas en los rincones umbríos de la tierra tras la lluvia.

Los han visto más de una vez, seguro. A los y las guías, digo. Recuerdan a quienes le llevan a uno la comida a casa. A los repartidores, en este caso de información y de rincones dignos de ser inmortalizados. En ocasiones llevan paraguas de colores festivos, carteles o cualquier otra seña de identidad para que el clan que les contrató no les pierdan en el camino. Y en ocasiones, también, llevan consigo altavoces que faciliten que su voz llegue a los visitantes. Entre el tumulto que forman cuando paran y el vocerío que se desata se forma un guirigay de cuidado.

Bilbao ha decidido poner manos en el asunto. Mediante el manual de buenas prácticas para las visitas guiadas por la vía pública, el consistorio quiere “cuidar y atender a nuestra cuidad como destino turístico de calidad, armonizado y equlibrado”. Hay doce compromisos como doce apóstoles, enfocados hacia el manteniminento del equilibrio entre la vida cotidiana de la ciudadanía bilbaina y las personas que visitan la villa. Ayer mismo instaló ocho pianos en la calle para celebrar el Día Europeo de la Música, una iniciativa que atrae a la gente de aquí y de allá, una apuesta melódica y hermosa.