LA Habana es la legendaria capital de Cuba, un ciudad cargada de riquezas y atractivos para no pocos visitantes. La arquitectura colonial española en el centro de la Habana Vieja del siglo XVI incluye el Castillo de la Fuerza Real, un fuerte y un museo marítimo. El edificio del Capitolio Nacional es un monumento icónico de la década de 1920. En la Habana Vieja también se encuentra la catedral barroca de San Cristóbal y la Plaza Vieja, cuyos edificios reflejan la dinámica mezcla arquitectónica de la ciudad. Tiene sus joyas, ya ven, pero buscan ahora cómo proyectarlas, cómo venderlas al resto del ancho mundo sin prostituirse, sin caer en el turismo viejo que ya no da más de sí.

En el séptimo congreso del partido comunista de Cuba Fidel Castro pronunció su último discurso. Allí dijo algo así como “a todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos, como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos”.

Fervor y dignidad es lo que parece haber aplicado La Habana en su itinerante búsqueda de soluciones para el futuro. Y en esa travesía da la impresión de que han dado con un territorio, Bizkaia, que ahora miran con respeto, como si esta tierra fuese el espejo que les gusta como ejemplo.

Daína Chaviano es una escritora de La Habana que hoy vive en Estados Unidos y que tiene una mirada de Cuba tan certera como peligrosa, ahora les cuento porqué. “Por las venas de Cuba no corre sangre, sino fuego: melodioso fuego que derrite texturas y obstáculos, que impide la mesura y, muchas veces, la reflexión. Pero así somos, y ese es nuestro mayor encanto y defecto: estamos hechos de música”, dijo. Con esa descripción es complicado dar con otro pueblo al que compararse. Ahora lo intentan aquí.