APARECIÓ en escena un soplón en la calle, uno de esos personajes de las películas de espías o de la Guerra fría que tanto juego dieron. Fue el viento el que cambió el argumento de este estreno de 2024, con toda su potencia y el arrebato que despliega. A veces hay que agradecerle al viento lo que se lleva y en otras ocasiones maldecir los estragos que provoca. Ayer fue uno de esos días. “La respuesta está en el viento”, cantaba Bod Dylan y ayer su canción, ya les digo, sonó casi a marcha fúnebre. El viento de ayer azotaba nuestros rostros, silbaba entre los edificios, doblaba los poderosos bíceps de un árbol poderoso. Fue la suya una demostración de poder mayúsculo. Hace que la gente del mundo se moviese dando tumbos, como si estuviese ebria.

Hubo rachas de más de 100 kilómetros por hora a nuestro alrededor, como si soplase el mismísimo Usain Bolt. Llevó el terror a los aviones que habían de aterrizar o despegar, hizo que se cimbreasen los carteles y que temblasen, más de miedo que de frío, las grúas y los andamios. No hubo males mayores pero sí alguna que otra escena propia de una película de acción. Por ejemplo, la palmera que dio su brazo a torcer en Abandoibarra, allá a la altura de la pasarela del Padre Arrupe. O ese otro árbol que cayó, como una gigantesco rascacielos, abatido por la fuerza de los aires.

El viento acostumbra a visitarnos a caballo entre el otoño y el invierno cada año. Y siendo costumbre su venida siempre nos deja con la boca abierta. Hubo trabajo para los bomberos y la policía y es de agradecer que no sonasen las sirenas de las ambulancias, las más temida en la calle por donde, como les dije, pasó el soplón. Nos chivó que el cambio climático se avecina cada vez con más fuerza. Preparémonos. Ayer escuchamos su llegada y comprobamos el poder de su fuerza. Todo quedó, eso sí, sin caídos. Solo los árboles.