COMO si fuese una de aquellas fábulas de Samaniego, al relato de lo sucedido ayer sólo le hace falta una moraleja. Bajó el lobo del invierno hasta el corazón de Bilbao y blanquearon las aceras con unos copos de nieve en febrero, algo que no debiera ser una rareza si no fuese porque el cambio climático ha borrado la nieve de nuestros paisajes. Fueron copos finos y no demasiado abundantes pero sí los suficientes para recrear la estampa de los copos de avena cayendo sobre el bol del desayuno. Tanto se había anunciado la llegada del frío que a media tarde daba la impresión de que la ciudad se había vaciado como si fuese casi media noche. Ya tenemos miedo al frío en febrero. Apañados estamos.

La ola de frío lleva al Ayuntamiento a abrir los refugios para los sin techo, hombres y mujeres a los que la vida les hizo cigarra a su pesar. Algunos desajustes mentales, algunas adicciones, algún resbalón con los hielos del día a día –el modelo de vida se les quebró y fueron incapaces de encontrar otro en el que encajasen...–, alguna desgracia que lo enmarañó todo y le dejó a uno o a una sin capacidad para la subsistencia económica. Cualquiera de esos traspiés les impidió ser hormigas ahorradoras para el invierno y hoy duele verles encogidos. El Bilbao que no quiere heridos ya se ha puesto en guardia.

Al tiempo que uno se recrea en la observación del paisaje llega la noticia de la cueva, si se me permite decirlo así. Les hablo de la gruta por la circulará el metro para llegar hasta Galdakao y su hospital de referencia. Ciertos errores de cálculo financiero por parte de Euskal Trenbide Sarea (ETS) ha mantenido la línea 5 de metro en hibernación y ahora se activa, “a la mayor brevedad posible”, los nuevos pliegos que nos permitan ver la luz a través del túnel, dándole una salida a la cueva. Los vecinos de la zona y los usuarios del centro sanitario miran la operación con asombro. Pero sobre todo esperan el desenlace del cuento.