EL lujo está mal visto, sobre todo entre quienes no lo tienen al alcance de su mano, la misma que firma los cheques o saca los billetes o las tarjetas de crédito de la cartera. No debiera ser así en según qué casos pero se ha vilipendiado tanto que da un noséqué de apuro acceder a su disfrute. Creo que fue la madame Bovary de Gustave Flaubert a quien se le leía decir que “(...) en su deseo confundía las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres, con las delicadezas del sentimiento”. Se le mira con malos ojos en la distancia, no sé bien si por un espíritu elevado o por la malsana envidia, que también juega su papel.

Creo que fue Miguel de Unamuno quien aseguraba que “nada denuncia tanto la ordinariez del espíritu, la ramplonería y plebeyez del alma, como el apego a la comodidad.” ¿Cuál es la antítesis a esa apego: el aprecio a las dificultades? Oímos ahora que una parte de las edificaciones que van a construirse en Zorrotzaurre traerán consigo pisos de lujo. No poca gente lo dice con retintín, con retranca o con sarcasmo. ¿Qué querían entonces, que se construyesen aquellas chabolas o los edificios brutalistas de comienzo del siglo XXI? Vienen a construirlos promotoras de fuera, dicen otras voces. Pero me imagino que la demanda será local, que también entre nosotros hay gente con poderes para adquirir una vivienda, qué sé yo, con altas capacidades.

En un juego de equilibrios la margen derecha del canal de Deusto y las dos puntas de Zorrotzaurre se han equipado cono viviendas más asequibles o esa impresión da. Un espacio tan amplio ofrece diversas posibilidades para diversos bolsillos. Ya sé que sir Francis Bacon, por ejemplo, dijo que “la experiencia de los siglos prueba que el lujo anuncia la decadencia de los imperios”. Igual son los usos de las personas y no la belleza de las cosas los equivocados.