Es una conversación habitual en los últimos meses: la cesta de la compra se ha puesto por las nubes. Culpan, qué sé yo, a la invasión rusa de Ucrania, a la crisis energética que encarecido los combustibles y la electricidad, a los duros tiempos de la inflación... ¡Qué sé yo! Y mientras el precio de las cosas pajarea por esas alturas en los bolsillos del común de los mortales se desata, como contrapunto, todo un infierno. Hace no demasiado tiempo la OCU indicó que la cesta de la compra había subido un 15,2% en el último año, el mayor nivel desde 1988, y que el aumento era mayor entre los productos más baratos y las marcas blancas, con un alza media récord del 16,4%. Todo un latigazo en nuestras maltrechas espaldas. No llega. A mucha gente no le llega.

A este castigo hay que añadirle ahora una de esas tradiciones navideñas tan habituales: el precio de los productos sube al compás de la demanda. Un 57% de la ciudadanía vasca está preocupada por la subida de precios, acaban de informar desde el DeustoBarómetro Social que elabora la Universidad de Deusto. No sé bien qué pensará el 43% restante, pero al paso que va la burra ese porcentaje decrecerá a toda velocidad.

Como las cosas sigan por este camino la subida de precios acabará por “blanquearnos las sienes” a todos, como decía el tango. No es lo mismo, ya lo sé, que suban el pan y los combustibles a que lo hagan, qué sé yo, los langostinos, el cordero o esos seres mitológicos que antaño, cuando pisaban la tierra, llamábamos angulas. Claro que no es lo mismo. Lo que sucede es que la tan cacareada escalada alcanza ya, me temo, a todas las clases sociales. Habrá que rascarse el bolsillo (quien pueda hacerlo, claro...) o dejar neveras y despensas a medio llenar. Ya se lo decía al comienzo de este comentario: el infierno está aquí mismito, a la vuelta de la esquina.