APARECE en escena la Copa y sus sorteos, la hora de sentarse a hacer los sencillos deberes de los primeros días (de las primeras eliminatorias, quiero decir...) mientras el Athletic estudia duro con el afán de sacar nota en la clasificación para Europa y de conseguir plaza en el caso Nico Williams, que día tras día se enreda más. No está claro si podrán sentarle en el mismo pupitre en cursos venideros, una amenaza propia de las universidades norteamericanas donde pujan por los estudiantes vecinos, robándoselos si se tercia: unos porque son capaces de anotar canastas con facilidad pasmosa, otros porque poseen la habilidad e imaginación suficientes para liderar una investigación de hondo calado.

La Copa, les decía. El torneo que toca el corazón del universo athleticzale y despierta ilusiones, año tras año. La Copa en la que el Athletic ha protagonizado en los últimos años largas cabalgadas sin poder lucir la corona de reyes de un campeonato que tanto aman, que tanto amamos. Hace tiempo ya que se olvidaron los sangrientos tropezones –Xerez, Gimnástica de Torrelavega, Real Unión o Formentera, por recordar los últimos batacazos, muy lejanos ya...– y el Athletic se ha convertido en lo que siempre fue: un profesional del ramo. Uno de los mejores.

Es tradición que en este tipo de eliminatorias a un solo partido (desde que se recuperó este formato al Athletic le ha ido mejor: no caben relajaciones en los partidos de ida ni nervios y angustias en los de vuelta...) jueguen los menos habituales. Es una suerte de examen de repesca para quienes tienen dificultades en los exámenes de titularidad en la Liga. Descansan, a estas alturas, los titulares fijos y los meritorios encuentran la posibilidad de engrasar su maquinaria, de lucir sus capacidades y de ganarse un puesto en los pensamientos del entrenador que, al fin y al cabo, es quien decide. Acaba de pasar el Athletic el trágala de la eliminatoria frente al Rubí y donde Adu Ares se lució con los dos goles rojiblancos. Es un ejemplo de lo que les cuento.

Pero también surge la ocasión de la incertidumbre. Frente a un equipo de sexta categoría al Athletic se le vieron las costuras en los cinco últimos minutos de aquel partido, quizás porque el resultado invitaba a la relajación, quizás porque la sección B no tiene tanta calidad como se quisiera. Un desliz, apenas un descuido, sí. Pero también un toque de atención.

La lógica dice que el Athletic no tendrá problemas con el Cayón. Cuando ayer se supo la noticia el capitán del Cayón expresaba su máxima aspiración: poder jugar en su campo. Algo más tarde, el presidente del club cántabro pedía recibir al Athletic el 6 de diciembre a la hora del Angelus, a las 12.00, para contar con la iluminación natural. Algo lógico y sensato pero bien harían los leones prestar atención. Cuántos lobos no ha vestido con piel de cordero en este tipo de competiciones.

Meditaba esto alrededor del blanco de mediodía cuando entró en el bar otro parroquiano. Traía como fresca la noticia que todo el mundo ya conocía. “Al Athletic le ha tocado el...” ¡Cayón!, le respondimos al unísono. Frunció el ceño, como si le hubiésemos chafado la capacidad de sorpresa. Pidió su vino y guardó silencio durante tres o cuatro minutos. “Tengo una idea”, soltó entonces. Como fuese igual de fresca la noticia que traía... “Lo que me gustaría es que este partido se pudiese disfrutar con los chavales del Bilbao Athletic. Carlos Gurpegi lo está haciendo de fábula y sería fabuloso ver a las criaturas con la camiseta del primer equipo”. Sonó a otro patinazo, pero sonó bonito.