LLEVA el Athletic un tiempo entre promesas, con títulos de Copa que se le escurren de las manos, clasificaciones para Europa que rozan el larguero por fuera y jugadores a los que les falta el último metro para consagrarse en el santoral de los leones inolvidables. Lleva un tiempo en el alambre pero sin capacidad para saltar la valla y cruzar a ese otro mundo donde la vida es más feliz según cuentan quienes allí viven. La paciencia, divina virtud de la afición de San Mamés, parece inagotable: en los últimos años se ha transitado por la temporada con intermitentes pero inquebrantables ilusiones y se ha salido de la misma con un desengaño de aupa.

Vista la última derrota en el Metropolitano –una primera parte que le puso a más de uno los dientes largos y un sopapo en el desenlace que desdentó a la mayoría...– se diría que el ritmo es el mismo: tan cerca de la entrada, tantas veces en el casi. Se acerca ahora un momento crucial para dar el enésimo paso al frente antes del parón de marzo. El Athletic tiene ante sí ahora partidos donde se juega buen parte del botín: visitas a San Mamés de dos equipos abiertos –Girona y Barcelona–, la fórmula que mejor le va al conjunto de Valverde, y salidas a Vallecas y Valladolid, dos estadios donde los leones acostumbran a sacar buenos réditos. Y entre las cuatro estaciones, las semifinales de Copa frente a Osasuna. ¿Serán capaces de salir de esos seis trances vivo y sin mucha herida? Esa es la pregunta que corroe a la afición que, sin embargo, no perderá la esperanza.

En algunos foros rojiblancos ya se empieza a escuchar un deseo que lleva camino en convertirse en exigencia: es hora de decir adiós a los casis. ¿Existen razones para creer en ello? Da la impresión de que, si no son razones, al menos sí impresiones. Oihan Sancet acaba de ser coronado como el mejor jugador del mes en la Liga y su temporada ha dejado de ser una promesa: parece que ya se consolida en el palacio de los elegidos. La trayectoria de Oihan Sancet bien pudiera ser la brújula que guíe al Athletic en su salida del laberinto, apoyada en la explosión de Nico Williams que ha llegado a jugar este Mundial extraño de diciembre.

Un portero de altos quilates y la sensación de que los dos centrales están forjados en hierro pulido garantizan pocos descalabros aparatosos, de esos que malhieren la confianza de un equipo. Pocas bajas por lesiones y algo más de pólvora, un poquito más, que en campañas anteriores. Valverde lleva un camino estadístico al de su antecesor, Marcelino, pero los andares son distintos. Al equipo le falta dar, eso sí, con la piedra filosofal de la regularidad para llegar a las cumbres europeas, nevadas para el Athletic desde hace ya demasiado tiempo. A Valverde le han firmado ya unos meses de tranquilidad con su renovación como el rayo, Un aficionado me pide que le transmita la enhorabuena desde este balcón y que le pida –le ruegue, si es preciso...– que se olvide de la dupla Vesga- Dani García. “Parece maldita”, me dice.