L adiós de Angela Merkel y las elecciones celebradas el pasado domingo para designar a su sucesor al frente de la Cancillería alemana, con unos resultados muy ajustados, han vuelto a poner de manifiesto la cada vez más palmaria falta de un liderazgo claro y solvente en la Unión Europea. A duras penas, y probablemente más por esta clamorosa ausencia de líderes tanto en las instituciones europeas como en los Estados miembros y más por pura necesidad que por vocación y convicción propias, Merkel ejerció en cierto modo de cabeza visible de la UE. No es esperable que ni el socialdemócrata Olaf Scholz -ganador de los comicios con el 25,7% de los votos- ni el conservador Armin Laschet -que cosechó el peor resultado de la historia de los democristianos, con el 24,1% y muy cuestionado dentro de su propia coalición- puedan aspirar a ejercer ese papel, al menos a medio plazo. La orfandad en el liderazgo europeo es un mal sistémico de la Unión. El funcionamiento de las instituciones supone un gran obstáculo que impide o dificulta la generación de un líder que tenga la legitimidad suficiente tanto para los diferentes Estados miembros como para la ciudadanía europea, que permanece en general ajena a los sistemas de elección y de actividad. De ahí que los liderazgos siempre han estado depositados en los mandatarios de los Estados motor de la UE, fundamentalmente Alemania y Francia, algunos muy potentes como el tándem franco-germano formado en los 80 y 90 por Françoise Miterrand y Helmut Kohl y que dio importantes frutos como el Tratado de Maastricht y la creación del euro. No debe ser ese, sin embargo, el camino. Europa, la Unión, precisa un liderazgo propio más allá del mandatario que ocupe la Cancillería o el Elíseo. La llegada de Ursula von der Leyen a la presidencia de la Comisión Europea hace casi dos años fue un soplo de aire fresco con ideas renovadas y más acordes a los tiempos, aunque aún debe consolidarse. La subordinación de la CE al Consejo Europeo -integrado por los jefes de Estado o de Gobierno de los países miembros-, sin embargo, es un obstáculo de momento insalvable. La UE se halla en pleno proceso de debate y aportaciones en la Conferencia sobre el Futuro de Europa, una oportunidad para redefinir la Unión, su funcionamiento institucional y el papel de la ciudadanía. Puede ser también el momento de poner las bases para forjar un liderazgo real para Europa.