AUNQUE no se diga hoy, en su clausura, que la XXV Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático de la ONU (COP25) en Madrid suma un nuevo fracaso a los que se han venido sucediendo desde que en diciembre de 2015, hace cuatro años ya, en la COP21, se negociara y alcanzara el luego incumplido Acuerdo de París, es difícil definir de otro modo a esta última Cumbre del Clima. Y baste como certificado de esa realidad que el logro más importante de la misma se presenta... a más de 1.500 kilómetros de Madrid, en Bruselas: el Pacto Verde Europeo con que la Comisión presidida ya por Ursula von der Leyen pretende convertir a Europa en el primer continente neutro en la emisión de carbono superando la reducción de emisiones en el 50% en una década. O quizás apuntar que la inclusión entre los escasos consensos de la cumbre de la necesidad de garantizar la integridad de los océanos, que ya incluía el Acuerdo de París, apenas es un primer paso que remite a un diálogo posterior al respecto. A lo sumo, el (matizable) logro de la COP25 -y predecesoras- radica en su capacidad de tracción de las conciencias hacia la evidencia del cambio climático y a resultas de esta su impulso a un nuevo paradigma en cuanto a su comprensión, que convierte el inmenso problema del calentamiento del planeta en una oportunidad de transformación económica y tecnológica que la propia ONU ha cifrado en un crecimiento mundial de 23,3 millones de euros y 65 millones de empleos en diez años. Pero en la práctica queda todo por hacer y apenas medio centenar de las 97 partes (96 países y la UE) firmantes del acuerdo de 2015 -un centenar de países miembros de la ONU no lo han hecho- han establecido, no todos iniciado, planes de reducción de emisiones. Y de esa inacción en las estructuras estatales surge la urgencia con que la lucha contra el cambio climático busca referencias en iconos sociales, impulso en las generaciones que heredarán el planeta y herramientas en la subsidiariedad, en las administraciones más cercanas al ciudadano, también en el tejido empresarial que debe participar, y liderar, desde el ámbito local una transformación global. Es un camino sin retorno que en nuestro caso, Euskadi, con la estrategia Klima 2050, las leyes de cambio climático y sostenibilidad energética o la participación en The Climate Group, al menos ya se ha tomado.