CUANDO se cumple ahora mes y medio desde que el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se proclamara “presidente encargado” del país -cargo por el que ha sido reconocido por medio centenar de Estados-, la situación política y social interna se mantiene en una tensión creciente, un deterioro de las condiciones de vida de la población cada vez más alarmante y un preocupante clima de división y enfrentamiento en las calles. Nada parece haber avanzado en estos 46 días: Nicolás Maduro sigue teniendo el respaldo aparente o explícito del núcleo duro del Ejército, lo que le permite ejercer el poder y el control del país, y Guaidó mantiene un pulso diplomático y de movilización de sus fieles sin que se vislumbre aún una salida a esta situación entre la incertidumbre y el caos. En este contexto, el histórico apagón que está sufriendo Venezuela -y que va ya para el quinto día- está agravando aún más, si cabe, la crisis económica en un país que se encuentra en la práctica paralizado y que está también recrudeciendo los padecimientos de la ciudadanía. Los venezolanos, privados en su mayoría de luz, agua, comunicación y transportes así como de muchos alimentos y medicinas, y con los hospitales con un funcionamiento más que precario -algunas fuentes cifran en al menos 17 las personas fallecidas por falta de atención- siguen sufriendo las consecuencias de una gestión nefasta fruto de un régimen despótico y corrupto que se resiste a morir. Aunque Maduro insiste en culpar del desastre a ataques y sabotajes, lo cierto es que Venezuela se encuentra al límite. Mientras, Guaidó y la oposición que lidera amagan, cada vez con mayor fuerza, con una posible intervención militar extranjera en Venezuela, una hipótesis que se maneja desde el principio y que cuenta no solo con dificultades de ejecución sino con fuertes resistencias internas y externas por las graves consecuencias que acarrearía y por el evidente riesgo de guerra civil y de derramamiento de sangre que entraña. De momento, el Grupo de Lima ha descartado el uso de la fuerza y aboga por una transición pacífica. Sin embargo, cada vez más dirigentes opositores -y el propio Guaidó aludió a ello en su movilización del sábado, al afirmar que todas las opciones están sobre la mesa- piden una intervención. Ello significaría un fracaso en toda regla que podría deteriorar aún más la crisis humanitaria y social en Venezuela.