EL poco acierto en las situaciones del juego favorables para marcar volvió a salir a la palestra el sábado. Dispuso el Athletic de suficientes oportunidades para eludir un empate desolador e inclinar de su lado el compromiso. Frente al Valencia, la particularidad radicó en que dos de las tres más nítidas se vieron en el tiempo extra, pocos segundos antes del final del partido, por lo que resulta imposible olvidarlas. La otra tampoco se olvida así como así, pues vino como consecuencia de un duelo directo, sin más actores que el delantero, con la ventaja del balón controlado, y el portero, obligado a reaccionar a la desesperada, lo que hizo con acierto, mira por dónde.

Los datos relativos al número o la calidad de las ocasiones contabilizadas en el área del Valencia no difieren sustancialmente de los anotados en otros encuentros. Oscilarán, serán más o menos aproximaciones al gol y con un grado de dificultad que variará desde lo sencillo hasta lo complicado pasando por una amplia gama de niveles. Pero sin necesidad de bajar al detalle, lo transcendental sería la existencia misma en bastantes partidos de lances propicios para obtener buenos resultados, mejores de los que se dan, según insisten en manifestar el entrenador y los jugadores.

Si esto que dicen es cierto, si a lo largo de la temporada sucede con una frecuencia apreciable que potenciales resultados positivos en vez de engordar el casillero del Athletic se van al limbo porque son empates o, lo que es peor, vuelan al casillero del adversario, parece lógico pensar que algún remedio habrá que articular. No hablamos además de un tema surgido de repente, viene de atrás. El verbo articular significa “construir algo combinando adecuadamente sus elementos”, enunciado que encaja estupendamente en la práctica del fútbol.

Se parte de que es un déficit colectivo, general. No es el Athletic un equipo que se distinga por la calidad o eficacia de su productividad ofensiva. Se proyectará mucho, tenderá a percutir en las estructuras rivales, pero de esa constancia extrae poco provecho. Le falta afinar en las decisiones; con multiplicar centros o poblar la zona de remate no le alcanza para compensar la imprecisión o la precipitación en la que a menudo incurre. Por supuesto que el asunto compete a todos sus integrantes, pero ello no quita para que los haya más señalados que el resto por las muestras de impericia que protagonizan.

A veces, sale uno que sorprende batiendo registros propios y ajenos. Por ejemplo, un recién llegado Berenguer fue capaz de marcar tantos goles, nueve, como en sus cuatro años previos juntos, tres en Italia y uno en Osasuna. En la vigente, ha regresado a su media, tres. En un escalón inferior en el apartado de las alegrías, pues son solo media docena de aciertos, se ubicaría Sancet, que dobla así los firmados en sus dos primeras campañas y no va a poder ampliar su cuota.

Entre los demás, la vida sigue igual. Iñaki Williams se aproxima a la decena, al igual que Raúl García, y Muniain está en seis, dos de penalti. Y para de contar. Villalibre, que logró seis el curso pasado, aparece con un gol, si bien su participación es incomparablemente inferior a la de los citados y el día que mete, como premio al siguiente no sale ni un minuto. Este sábado estuvo a centímetros de repetir y le dio un aire distinto al conjunto, pero lo más probable es que hubiese permanecido inédito de haber estado apto Sancet.

Hay poco meneo en las posiciones ofensivas, las plazas están adjudicadas. Villalibre ha tenido lesiones y cuando no, chupa banquillo. Él y Zarraga, que no es un punta sino un medio creativo y con llegada, fueron titulares por última vez el 27 de febrero, en un once circunstancial la víspera de la vuelta de la semifinal de Copa. En las nueve citas posteriores sus minutajes se reducen a 78 y 147. Por no hablar de Nico Serrano y sus 26 minutos desde la fecha comentada, pues también él actuó de inicio en el Camp Nou. Nadie sabe si ellos arreglarían algo, pero está comprobado que los habituales no pueden.