L regreso del público a los campos constituye la gran novedad de la nueva temporada. Los clubes celebran volver a contar con su afición por la misma razón que se han tirado año y medio lamentando el radical desalojo de las gradas que trajo consigo la pandemia. Hoy en día, el tan manido factor campo descansa en buena medida en la aportación de los seguidores, capaces de generar una corriente de energía con la exteriorización de sus sentimientos que, en teoría, favorece al conjunto local y penaliza las opciones del visitante. No hay equipo que prefiera actuar a domicilio, si se diese a elegir todos se inclinarían por ejercer siempre de anfitrión porque se sienten más cómodos, más arropados, más seguros. Lo aseguran hasta aquellos cuyas gradas se encienden con pasmosa facilidad y cargan contra los jugadores propios, como Mestalla, paradigma de la impaciencia y el silbido.

Pero en realidad el factor campo hace tiempo que perdió su valor genuino. La homologación de los estadios y la introducción de sistemas que favorecen el buen estado de los terrenos independientemente del clima de cada lugar, restó importancia al escenario. Se han extinguido los barrizales que combinados con frío y chuzos de punta primaban la fuerza física; así como los eriales, superficies duras como una carretera, de césped alto y/o irregular donde la pelota botaba sin control. Ahora se juega en alfombras que mezclan hierba natural y artificial para garantizar el normal desarrollo del juego.

Otra razón poderosa para restar valor al factor campo sería la televisión. El despliegue de cámaras impide que el conjunto visitante sufra auténticos calvarios, léase violencia y maltrato continuado con la colaboración de los árbitros, proclives a no intervenir dado que se sentían tan o más desprotegidos que los propios jugadores. Ese era el fútbol hasta las dos últimas décadas del siglo pasado: los equipos se las arreglaban para dar la talla en sus compromisos caseros, mientras que puntuar a domicilio resultaba un logro muy esporádico, reservado a los grandes.

Cuando arrancó la Bundesliga en plan experimental, con virus y por supuesto sin gente en las tribunas, pronto se sacaron conclusiones al subir el número de puntos que los equipos conseguían fuera. Una tónica que luego se atenuó, pero que los profesionales de la liga española aprovecharon para ponerse la venda antes de la herida. Auguraron que sus resultados se resentirían en el fútbol del silencio. Obviamente se referían a sus citas como local, apenas aludieron a que en los desplazamientos iban a verse favorecidos.

El tiempo ha demostrado que salvo en casos concretos, el rendimiento de los clubes no se ha diferenciado demasiado del que ofrecían antes del estado de alarma. Es decir, si se mira a la clasificación, en la parte de arriba figuran los que antes eran favoritos, en la mitad se ubican los anodinos habituales y en la parte baja, los destinados a pasarlas canutas. Desde luego, algún equipo ha acusado de manera fatal la pérdida del calor de su gente, los datos del Eibar son muy elocuentes, pero por regla general todos han llenado sus casilleros de acuerdo a tendencias perfectamente previsibles o asumibles durante los meses en que los seguidores han permanecido recluidos en sus salas de estar o en el bar.

Durante la última campaña, el Athletic sumó en San Mamés un punto menos que en la anterior y cinco menos que en la 2018-19. En sus desplazamientos, conquistó cuatro puntos menos que en la 2019-20 y dos menos que en la 2018-19. Por tanto, queda claro que la trayectoria descrita en este período ha seguido una línea sin oscilaciones exageradas, lo cual relativizaría el peso del influjo otorgado al público.

Lo que no admite discusión es el significado que la grada repleta posee desde la perspectiva del espectáculo: el fútbol pierde gran parte de su razón de ser si el pueblo no puede participar en el ritual del partido. No obstante, la afición no es simplemente un decorado más o menos amable, también opina, juzga y se manifiesta en función de lo que ve. Quizá al Athletic no le haya beneficiado que San Mamés estuviese cerrado, quizá lo haya notado como alegaría cualquier otro club, pero no es menos cierto que en bastantes tardes se ha ahorrado tener que rendir cuentas.