este paso Marcelino García Toral se va a quedar sin culata. El lunes añadió una muesca más a las que labró en la Supercopa y, por qué no, en su estreno copero. Las dos primeras dejan constancia de sendas piezas de caza mayor, Real Madrid y Barcelona, pero esta última merece idéntica consideración. Por varias razones. No siendo el Getafe una potencia futbolística, su complejidad está acreditada, algo que el Athletic conoce de primera mano; además, está la forma en que se abatió al equipo de José Bordalás, nada más y nada menos que clavándole cinco impactos entre los ojos; y hay un tercer indicativo que realza aún más el logro, pues se trata de un nuevo eslabón en la cadena.

Cuesta entender el porqué o, mejor dicho, los porqués de la transfiguración experimentada por el Athletic. Tampoco es cuestión de romperse la cabeza indagando un fenómeno en el que intervienen aspectos inescrutables, de esa clase que no obedece a lo racional, y que combinados con otros terrenales, comunes, elementales, permiten transitar de la depresión a la euforia en tiempo récord. Quedarse con que el fútbol puede ser así, dejarse llevar por la placentera corriente del éxito, acaso sea la postura más inteligente. Disfrutar de lo que hay, dejar de escarbar en el lado oscuro, donde seguro que si se profundiza salen cosas, es un privilegio que otorga el hecho de ver al Athletic pletórico hasta lo insultante.

Por tanto, aparcada de momento la línea de investigación, como se apuntaba, en el triunfo sobre el Getafe destaca la actitud de los protagonistas, que no se han dejado embelesar por el resplandor del trofeo recién conquistado. Resolvieron el compromiso de Ibiza a trancas y barrancas, lo cual tampoco debe extrañar habida cuenta las condiciones que reunía la cita, pero resolvieron y ya está. Marcelino asumió ese día una cuota de riesgo que a la larga merecerá la pena, especialmente desde su óptica, no en vano por el bien del proyecto que dirige necesita calibrar uno a uno a sus pupilos. Avisó que seguiría por esa vía, el jueves habrá ocasión de comprobarlo en Alcoy. Y de regreso a la liga, la vara de medir genuina, obtuvo una estupenda respuesta del equipo.

Una vez más, la gente le demostró que por encima de los errores que pueda cometer está preparada para competir. Es cierto que el espectacular marcador sepulta lo negativo y tiende a subrayar con trazo grueso lo positivo, que objetivamente fue lo que prevaleció. Pero en el análisis global del duelo, no cabe obviar que en su primera mitad concentró material suficiente para que Marcelino y sus colaboradores estén ocupados un buen rato. El penalti detenido por Simón impidió que el asunto, que no iba tan derecho como sería deseable, se torciese peligrosamente. Sin embargo, los defectos y las pifias, la mayoría individuales, del tipo que no hace tanto costaban puntos y más puntos, no tapan el ansia que muestran los jugadores por reivindicarse.

A algunos la actual predisposición de determinados futbolistas les mosquea, no olvidan tan fácil lo visto a lo largo de meses y meses, sin embargo conviene ceñirse al presente. En el mismo incide claramente la figura del entrenador. Ha caído de pie en el vestuario, donde más allá de las palabras orientadas a restaurar el ánimo se notan los efectos de determinadas directrices tácticas que encajan con la vocación ofensiva de sus interlocutores. Salir a ganar supone conectar con la plantilla y si la pelota entra, como ocurre, automáticamente se multiplican las probabilidades de que el trabajo de Marcelino cuaje y rinda beneficios. El siguiente paso es conseguir que este arranque de ensueño adquiera la entidad de una inercia, que es bastante más que una racha. A ver.