AS estadísticas relativas a la participación de los más jóvenes que ilustran el artículo de al lado, poseen la elocuencia suficiente para situarnos ante la controvertida realidad que vive el Athletic. Reflejan una disfunción, indican que algo no se está haciendo bien, pero la responsabilidad no es exclusiva de Gaizka Garitano y tampoco se trata de una problemática que haya surgido o se plantee justo ahora, coincidiendo con la media docena de jornadas disputadas.

Comprobar que los jugadores que vienen del filial cuentan poco o nada en el primer equipo, aparte de ser una mala noticia, denota que el criterio brilla por su ausencia. Este club se nutre básicamente del producto salido de sus categorías inferiores y los jóvenes que hoy figuran en la plantilla están ahí por haber demostrado potencial para dotar de continuidad al proyecto. Con esto no quiere decirse que todos ellos vayan a asentarse y tener un largo recorrido en Primera, pero sí algunos.

Se desconoce la identidad de quienes lograrán el objetivo soñado por la sencilla razón de que ninguno ha disfrutado aún de esas oportunidades que permiten despejar la incógnita. Mientras no jueguen, sus posibilidades de reivindicarse serán nulas. Y mientras sean utilizados como hasta la fecha, tres cuartos de lo mismo. Disponer de minutos sueltos, a menudo en un contexto en absoluto favorable, por ejemplo en el tramo final de los partidos y con el marcador en contra, y todos ingresando al campo de golpe, más que facilitar su adaptación les está empujando al fracaso.

Esto, que es lo que pasa hoy, no sucedería si en las dos temporadas previas se hubiera ido abordando la regeneración del equipo. Pero el tema sigue pendiente y de repente se juntan hasta seis chavales en el grupo, casualmente todos centrocampistas o delanteros, lo que acrecienta la sensación de que están de más. Varios acaban de aterrizar, pero los hay que ya acumulan un tiempo con los mayores (Villalibre y Sancet) sin que les haya cundido demasiado.

La falta de voluntad para promocionar a los jóvenes se sustancia en su presencia en la competición. Los datos revelan que en vez de la activación de un proceso paulatino, personalizado, paciente, constante, en el Athletic se ha optado por una política en las antípodas consistente en la aplicación de una especie de tabla rasa que tapona la progresión de los meritorios.

El diseño de las alineaciones es competencia del entrenador, no hay duda, pero por encima de él se supone que hay gente encargada de establecer las directrices deportivas del club. Gente que planifica y valora lo que se cuece en Lezama, que debe enfocar su trabajo pensando en el medio y largo plazo, no únicamente en el partido siguiente. Si esa gente deposita su total confianza en Garitano, que así lo ha manifestado desde el primer día, es copartícipe o cómplice de lo que su míster realiza. De hecho lo confirma al abordar iniciativas y alimentar rumores sobre fichajes que objetivamente recortan las probabilidades de unos jóvenes a los que de facto el técnico les niega el margen para progresar. Lo es asimismo al transigir con que los jóvenes se apilen en la caseta para entrenar a diario sin otra meta que completar la convocatoria jornada tras jornada.

¿Desde una perspectiva de club, qué sentido tiene mantenerles ajenos a la competición en una fase de su carrera donde jugar es prioritario? ¿Qué aliciente les ofrecen si están constatando que su único destino posible es el banquillo y esto ocurre además cuando el equipo atraviesa una crisis de resultados, juego e imagen? No sirve la excusa de que precisamente lo delicado del momento desaconseja apostar por ellos. Ahí está Morcillo, el único que ha asomado, para cuestionar el argumento.

Se antoja obvio que el inmovilismo consentido que se ha descrito es lo que en parte ha conducido al equipo a esta desagradable situación.