UMPLIÓ el Athletic en su puesta de largo. Al margen de la lógica incertidumbre del estreno, la identidad del oponente le situaba ante un partido más exigente de lo normal. De antemano nunca se sabe qué va a ocurrir, pero es razonable pensar que pudiendo hacerlo Gaizka Garitano y sus hombres hubiesen escogido un visitante distinto para abrir boca, no uno tan resabiado y áspero, pese a que carezca de la contundencia y la eficacia de años anteriores.

En líneas generales, la respuesta fue positiva. El empate ya es en sí mismo un indicativo. Se examinaba la capacidad de competir tras un período insuficiente de preparación y para nada desentonó. Incluso en aspectos menos trabajados que tienen que ver con el funcionamiento colectivo con y sin balón. Estuvo muy correcto, intercaló fases de fútbol dinámico y, al igual que los de Simeone, concedió poco atrás.

Un error concreto le alteró el paso justo cuando mayor soltura ofrecía. Fue una acción evitable, que no cabía intuir tal como se desarrollaba el partido y que lo pervirtió por completo. Hasta entonces, el pulso era tenso y sin embargo invitaba a creer en el triunfo, pero resultó que la práctica desdijo a la teoría: lo más difícil no fue cobrar ventaja contra el Atlético, sino conservarla.

De ahí hasta el final hubo otro partido. Un paulatino intercambio de papeles. Sin desembocar en el escenario inverso al vivido hasta la acción del empate, lo cierto es que hasta la conclusión creció el Atlético y se resintió la producción local. Si bien durante un rato el Athletic siguió teniendo salida hacia arriba, sus posesiones fueron difuminándose y en la última media hora se dedicó a proteger el punto.

Para explicar lo que pasó en la segunda mitad se ha recurrido al análisis de los cambios. Sin obviar el valor del gol colchonero, dicha baza ha acaparado las reflexiones de profesionales y aficionados. El propio Garitano dice que las sustituciones realizadas por Simeone habían hecho "la diferencia". Y está bien visto. En efecto, su colega sacó más provecho a un recurso ahora corregido y aumentado con la excusa de las complejas condiciones que habrán de soportar los futbolistas con semejante calendario. El debate se suscitó con el arranque de la Bundesliga y va a continuar muy activo.

De acuerdo que la plantilla del Atlético, como la del Madrid o el Barcelona, es más poderosa que la del resto de los clubes, Athletic incluido, porque reúne un cupo de elementos de primer nivel fuera del alcance de estos. Por la misma regla, también los onces titulares de los aspirantes al título son más poderosos. Y todo esto se suele traducir en la clasificación.

Pero no es menos verdad que todos los equipos cuentan con similar número de jugadores, veintitantos. Tampoco es mentira que cada entrenador gestiona el reparto de responsabilidades y distribuye minutos como cree oportuno. Significa esto que los hay que se apoyan en un bloque muy definido o reducido, y los hay que agitan más el grupo. Y entre estos últimos hay quienes optan por introducir novedades de salida con asiduidad y quienes lo hacen sobre la marcha, en las segundas partes. O que se abonan a ambas cosas.

Las nóminas del Getafe, la Real u Osasuna, por citar tres, no superan en calidad a la del Athletic, pero sus técnicos acostumbran a manejar más alternativas. Las estadísticas no mienten. En realidad, el fondo de armario es un factor que depende del método que aplique el entrenador. Y, como se ha apuntado, unos son más reacios a cambiar que otros, lo hacen menos y más tarde. Con tres y con cinco sustituciones. La ficha del domingo en San Mamés ilustra lo dicho.