EN el último Consejo Europeo celebrado el 22 de marzo, junto con la importancia de los principales asuntos que conformaban el orden del día (Brexit, Ucrania, acuerdos UE-China), se incluyó “el fortalecimiento de la base económica de la Unión Europea”, considerando que su “solidez reviste esencial relevancia para la competitividad y prosperidad europea”. La resolución del Consejo al respecto pretende focalizar los esfuerzos de la Comisión y de los estados miembro en tres apartados: la economía de los servicios en la configuración del mercado único, la inteligencia artificial conductora de su política industrial y la adecuación de la política digital a la economía de los datos. Bajo estas indicaciones, ha encomendado a la Comisión Europea un enésimo plan de largo plazo que, a finales de 2019, señale la visión de futuro de su política industrial. Y “anima” a los diferentes actores a aumentar la inversión y riesgos en investigación e innovación y el impulso al libre comercio en convenios internacionales de comercio exterior, defensa comercial e instrumentos de contratación pública internacional.

Recordemos que, periódicamente, la UE resuelve recordar la importancia de la política industrial y elabora interesantes documentos de diagnóstico y análisis que suelen perderse en su recomendación voluntarista de aplicaciones parciales que, desgraciadamente, o no concretan su verdadera ejecución desde la exigible coherencia estratégica y focalización diferenciada por los diversos Estados, regiones y empresas europeas miembro, o quedan en programas o piezas sueltas. Desgraciadamente, resultan de escaso valor transformador, dominados por un empeño teórico en determinadas orientaciones hacia “una excesiva policía de la competencia” sobre un teórico mercado único o mercados empresariales globales o en la supuesta búsqueda e incentivación de “grandes campeones europeos”, bajo el paraguas de una ya superada teoría clásica de la competencia directa encaminada a superar/eliminar de los mercados a sus competidores estadounidenses y japoneses (en los 80) o chinos (en la actualidad).

En este marco, Margrethe Vestager, comisaria de la Competencia en la UE y candidata a presidir la futura Comisión, en el caso de que su grupo parlamentario (ALDE) obtenga el resultado necesario para jugar un papel bisagra entre los tradicionales populares y socialistas europeos, ha criticado la línea del debate sugerido, entendiendo que obedece a un intento encubierto de potenciar un eje franco-alemán en defensa de intereses de grupos empresariales propios y no a afrontar los verdaderos “fallos de mercado”, cuya solución generaría, a su juicio, las bases reales de una nueva política industrial europea. La líder danesa considera que, “el término política industrial se ha vuelto tóxico, ya que sugiere la selección de ganadores en una economía a la vieja usanza”. Con el crédito de sus decisiones firmes en el largo contencioso UE-Google defendiendo que la corporación tecnológica no actúa en un mercado global sino en múltiples mercados diferenciados ejerciendo un desmedido poder y control en cada uno de ellos; o su oposición firme a una fusión Alstom-Siemens por entender que no favorece a la industria europea sino que diluye los “n” mercados ferroviarios en su seno; Vestager aboga por “reinventar” las economías de plataformas, el Big Data y su impacto en la nueva revolución digital e industrial, interconectada con el efecto industrial derivable de una firme lucha contra/ante el cambio climático, propiciando “la reinvención de la industria energética” y “la reorientación de la Inteligencia Artificial hacia los usos y necesidades sociales”.

Bajo estas declaraciones subyace, sobre todo, el continuo debate entre los posicionamientos negativistas sobre la política industrial que para pensamientos de libre mercado puro (en caso de que esto exista), se escondería el intervencionismo público y la “distorsión de la economía de mercado, supuestamente, ”asignador perfecto de recursos en el sistema”. Además, coincidiendo con este debate, la coyuntura ha hecho que vean la luz una serie de informes (por ejemplo, Orkestra: Solvencia de la empresa vasca; OCDE: Recursos ociosos en empresas tóxicas, The Corps walking death) que rescatan el ya viejo, conocido y siempre interesante cuestionamiento de las llamadas “empresas zombis” (aquellas que tienen un bajo nivel de rentabilidad y cuya única manera de sobrevivir es la refinanciación permanente de sus deudas, apoyadas en quitas, benevolencia de sus acreedores y subsidios públicos). Hoy, se estima que este tipo de empresas suponen el 10% de los mercados en España, Francia, Italia y Alemania.

Desgraciadamente, esta visión reduccionista tratando de asimilar política industrial a la inevitable reestructuración y rescate de empresas en dificultad o crisis, serviría a muchos para el descrédito de las estrategias industriales, dando paso al simplismo de la globalidad y libre mercado cuyos resultados no parecen respaldados.

Es verdad que una empresa, por muy zombi que sea, puede sobrevivir casi eternamente y, por lo general, convive o provoca un ambiente de lucha desesperada que pasa por impactar de forma negativa a su competencia, impagos fiscales y de seguridad social, destrucción de precios y constante demanda de fondos públicos y deterioro social y laboral. De ahí la inevitabilidad de actuar con medidas eutanásicas previa atención especial sobre el conjunto de sus stakeholders (en especial, trabajadores) y la adecuada dotación de una red de bienestar que evite la marginación y desafección de un proyecto de futuro, empresarial, profesional y, sobre todo, personal. Ahora bien, la experiencia demuestra el valor generable por una inmensa mayoría de empresas “rescatadas y salvadas”, en el medio largo plazo, cuando sus fortalezas y ventajas reales son reorientadas y apalancadas hacia nuevas industrias, soluciones y servicios. En Euskadi, sin ir más lejos, programas de rescate, reestructuración y reorientación estratégica y laboral, en el marco de políticas industriales completas, han generado (si bien con un significativo número de empresas zombi o en crisis, debidamente sometidas a la eutanasia comentada) líderes empresariales y jugadores de primer nivel en el contexto internacional. La política industrial vasca, en general, es objeto de valoración y aprendizaje a lo largo del mundo (empezando por el reconcomiendo y recomendación de la propia Unión Europea).

Esta misma semana, en el marco de un seminario sobre política industrial, innovación y competitividad, tomando como base el “Caso Vasco” y su realidad empresarial e institucional observable, profesionales extranjeros destacaban, una vez más, la apuesta contracorriente que en materia de política industrial se ha implantado en Euskadi. Valoran la construcción de una estrategia completa sobre una base y cultura real, a partir de sectores, industrias y empresas existentes reorientando sus soluciones, tecnologías, procesos y mercados, en lo que entienden ha supuesto no solamente superar, con éxito, la profundidad de la crisis sino que las bondades de la industria han fortalecido la empleabilidad, su capacidad generadora y fuente aceleradora de tecnología, ahorro en inversión, desarrollo de capital humano y capacidad tractora de una economía clusterizada, generando un ecosistema de alto valor, riqueza y desarrollo compartible.

En esta línea, merece la pena observar a nuestro alrededor. La propia Alemania está inmersa en su Nueva estrategia y políticas Industriales para el 2030 reivindicando la necesaria intervención decidida de sus gobiernos para garantizar el bienestar de sus ciudadanos. O Japón, inmerso en su siempre renovada Estrategia Industrial con su particular (y exitosa) focalización en acuerdos bilaterales diferenciales. O la no tan lejana política industrial emiratí que conduce a Dubai a una apuesta de industrialización desde su fortaleza logística en desarrollo y sus “empresas tractoras” hacia nuevos mercados e industrias clusterizadas. O la envidiable estrategia y visión 2030 de Noruega, apuntalando sus clústeres, evolucionando de sus capacidades offshore y energéticas hacia la economía azul y verde con el máximo desarrollo de su investigación bioquímica y, por supuesto, su potente “plaza financiera” de soporte y apoyo a su industria.

En definitiva, pese a las dificultades en su formulación e implementación, la política industrial goza de una muy buena salud y, pese apariencias coyunturales, requiere construirse desde fortalezas reales, desde la cultura propia de cada tejido económico en el que se diseñe y aplique y obliga a atender, a la vez, tres espacios convergentes: su economía de factores, su economía inversora y su economía innovadora. En el largo camino, encontrará zombis, empresas tractoras, líderes innovadores, campeones globales y, por supuesto, como en toda estrategia, gobiernos y empresas han de asumir riesgos y pueden equivocarse.