Queramos o no queramos, seguimos hablando de Catalunya, donde la fragmentación y rivalidad entre las fuerzas soberanistas ha llevado a un estado de quiebra del Govern y del Parlament. Ganan los unionistas españoles que, con su acoso continuo y utilizando todos los medios a su alcance, han quitado del medio hasta al president. No merece la pena entrar a valorar ahora la penosa escena parlamentaria de ERC con actitud nada respetuosa hacia Torra y, si ni siquiera mantienen la debida lealtad a quien preside el gobierno en el que están, poco se puede confiar en una fuerza política que -tiene su gracia- ahora quiere enamorar a España.

Lo que sucede en Catalunya nos afecta más de lo que pensamos a priori. No solo porque la usan como escarmiento contra quienes defiendan algo distinto a esa unidad conseguida a sangre y fuego, sino también porque en estos momentos sus tiempos políticos y electorales afectan a los del resto. Es el caso de las elecciones vascas que están nuevamente a la vista.

Cuando la habilidosa negociación del consejero Azpiazu logró un apoyo presupuestario antes impensable, se pensaba que llegaríamos a octubre, pero en la coyuntura actual parece mejor que se celebren antes que después, ya que no sabemos por dónde puede explotar la situación con un gobierno central débil, desnortado y presionado por las ultras y estridentes voces de la derecha.

El comienzo oficial de la legislatura en el Congreso fue una demostración palmaria de la política espectáculo y de pragmatismo barato que gusta en España. Los republicanos PSOE y Podemos compitieron con la derecha, hasta hinchárseles las manos, por ver quién aplaudía más. Los partidos soberanistas de distintas siglas o se ausentaron o no aplaudieron. Una cosa son el respeto y la cortesía institucional y otra legitimar a la monarquía que entró por la puerta de atrás.

Sin duda, estamos en un escenario prelectoral. Los partidos calientan motores y van aclarando sus liderazgos a la Lehendakari-tza. Estaría bien que hicieran una valoración seria y equilibrada de esta legislatura que termina, aunque, evidentemente, desde sus distintos puntos de vista. En qué hemos avanzado en capacidad de decisión, cuántas competencias definidas en el Estatuto de 1979 han sido entregadas, cómo vamos en lo económico (nuestra aportación al PIB, empleo, paro, con especial atención a las mujeres y personas con discapacidad, €), la seguridad ciudadana€ o tantas otras sobre la gobernabilidad, el cómo y para qué.

Poco se avanzará a partir de este momento; se acabaron las posibilidades de marcar estrategias comunes de futuro. Ahora a intentar sacarle los colores al resto y, sobre todo, contra el lehendakari Urkullu.

Han pasado casi cuatro años desde que votáramos el 25 de septiembre de 2016 y poco importa celebrarlas un poco antes del mes de octubre. El lehendakari ya ha dicho que anunciará la fecha tras su elección oficial por el partido el 7 de marzo. Pero quedan pocas dudas; todo apunta a que en primavera volveremos a votar.

En su convocatoria tendrá que tener en cuenta unas cuantas variables como las previsibles elecciones en Catalunya o las negociaciones de entrega de competencias, por ejemplo. Pero, desde los partidos de este jueves deberá contar con una variable más; esto es, que no coincida la fecha electoral con la final de Copa. No vaya a ser que medio Euskadi esté en Sevilla animando al Athletic y a la Real.