eS del todo comprensible que a los votantes de ERC lo que les pide el cuerpo sea mandar a Pedro Sánchez a freír porras. La bibliografía presentada por el aspirante a prolongar su estancia en La Moncloa contiene mil volúmenes de desprecios, humillaciones y ataques gratuitos al soberanismo catalán. Eso, sin olvidar que la prisión y la expatriación que padecen los líderes institucionales del procés están íntimamente relacionadas con las andanzas político-judiciosas del ahora mendicante de apoyos. Nadie olvide que el Sánchez opositor estuvo en primera línea de saludo del 155 ni que el reciente Sánchez de la campaña electoral es el promotor del decreto contra la República Digital o el que prometió ir a Waterloo a por Puigdemont y traerlo esposado.

Y a pesar de todo eso y de lo que no anoto por falta de espacio, los dirigentes de Esquerra negocian, que no es poco. Lo hacen, eso también es verdad, con el cheque en blanco que les firmaron sus bases, que permite aceptar o rechazar lo que sea. Como es lógico, tras los primeros contactos con el comité peticionario socialista, la respuesta sigue siendo que no hay tutía. Pero el mero hecho de haberse citado para otro encuentro nos habla de la disposición de los actuales gestores de las históricas siglas a llegar a un acuerdo. No solo eso: también vemos que pudiendo subirse a la parra en las exigencias, se conforman con algo tan mínimo como el compromiso de sentarse en torno a una mesa. En efecto, un chollo para el PSOE, pero ocurre que, a diferencia de los desmadrados herederos de Don Pujolone, ERC es muy consciente de que en este viaje se elige entre lo malo y lo peor.