mENOS mal que el traslado de la momia del ferrolano de la voz aflautada iba a ser discreto para no dar tres cuartos al pregonero ultramontano. Pues solo ha faltado indicarnos qué marca de gayumbos llevarán los miembros del equipo exhumador habitual. Menuda profusión de detalles nos han suministrado los que ya para los restos -valga la redundancia- quedarán como los que sacaron la basura de donde llevaba cómodamente instalada desde hace cuarenta y cuatro años de vellón. Qué casualidad, pensará algún suspicaz, que el punto álgido de la tragicomedia coincida con unas elecciones inminentes y el (anunciado) incendio social en Catalunya tras la sentencia del procés.

No cuela. O no debería. Lo que han hecho los amorrados al pilo monclovés en funciones roza el insulto a la inteligencia, a la dignidad y, en síntesis, a la tan cacareada memoria histórica. Se ha convertido en espectáculo circense a mayor gloria de Ferreras, Ana Rosas e imitadores varios lo que debería haber quedado en un acto austero, casi de trámite, porque ni el abyecto matarife ni sus deudos podridos de pasta se merecen más. Qué asco da ver a los descendientes del carcamal de plató en plató reclamando, manda huevos, justicia y denunciando, jódete y baila, que se han vulnerado sus derechos. Pena de expropiación forzosa de todos sus bienes adquiridos por expolio y pena más grande, que antes de la reinhumación no le vayan a degradar al generalísimo a chusquero. A eso no ha habido bemoles. Y todo esto que voy anotando casi será mal menor si la nueva morada de los residuos no acaba siendo santo lugar de peregrinación de franquistas de viejo y nuevo cuño.