TODO lo que va mal, puede ir peor. La inestabilidad institucional tiende hacia el abismo. La incertidumbre se ha apoderado peligrosamente esta semana de una situación ya de por sí complicada y con ciertos ribetes de hartazgo social. La sonora bofetada de la justicia europea al Tribunal Supremo no por presentida pierde el incalculable alcance de su intencionada onda expansiva. En la Corte, tiemblan las piernas del sistema por la maliciosa repercusión que se avecina. La resolución del TJUE agrieta sobremanera la credibilidad de unos tribunales españoles que han venido supliendo desde hace demasiado tiempo -y en ocasiones con descarada intención de parte- la manifiesta incapacidad política para solucionar desde el diálogo el mayor conflicto institucional jamás conocido en el país. Con la misma fuerza, este fallo enreda una investidura ya sin día aunque posiblemente con un guion muy distinto al que se venía manejando posiblemente con bastante ingenuidad por parte del bando socialista. Y, de rebote, alimenta las reivindicaciones nacionalistas de cada trinchera. El catalanismo porque consigue esa penúltima victoria que tanto ansiaba después de satisfacciones entrecortadas. El unionismo porque ya dispone de otro cartucho de calibre en la recámara para apuntalar un guion retador contra los ataques a la patria, aunque tengan el amparo de la ley.

Es muy posible que a estas alturas el laberinto de procés haya llegado a su estación más crítica sin que nadie se pueda llamar a engaño. Lo ha hecho por medio de un auténtico terremoto judicial cuando parecía que el mundo se iba a parar en el Camp Nou. Millones de ojos pendientes de la marquetiniana amenaza del Tsunami Democràtic -al final descafeinada por una coordinada acción policial y el deseo de miles de independentistas de no perderse el clásico desde el asiento- para que luego llegue un juez y dinamite el terreno de juego para muchos meses. Así se ha creado un estado de zozobra y ansiedad que atenaza la búsqueda de una salida sólida y mínimamente respaldada, que no parece vislumbrarse en el horizonte inmediato. Las piezas del tablero negociador han saltado por los aires cuando todavía sonaban los ilusorios ecos de esas previsiones difundidas desde La Moncloa sobre una previsible investidura en medio del turrón, que ya nadie prevé.

Ahora mismo, Catalunya es un devastador tsunami capaz de asolar desde la reivindicación independentista la serenidad institucional de su principal enemigo. La consistencia de su amenaza tras la inmunidad dispone de tal carga de profundidad que puede llevarse por delante la creación del gobierno de progreso de Pedro Sánchez cuando lo crea oportuno; eso sí, a cambio de quemarse los dedos de otra desesperante repetición electoral que acercaría a la derecha más que nunca al poder. Por eso Oriol Junqueras, sabedor de esta posición ventajosa y también del riesgo del binomio PP-Vox al acecho, no quiere frenar las negociaciones sabedor de un gobierno condenado al acuerdo. Otra cosa es hasta dónde lleguen las reivindicaciones de las eufóricas bases de ERC en su congreso y hasta dónde las pueda tamizar su dirección. La última exigencia conocida de anular el juicio del procés se antoja una quimera porque soliviantaría de tal modo el clima de opinión hasta desbaratar posiblemente la última voluntad del candidato socialista. Una inmensa mayoría del votante español desespera ante la imagen de sumisión a las exigencias independentistas y ese perdón judicial desgarraría demasiadas vestiduras.

No obstante, siempre hay un hueco para las soluciones intermedias. No es descartable que la Abogacía del Estado juegue un papel conciliador en medio de la disidencia porque le asiste el precedente. Es de justicia recordar que esta institución ya alertó, aunque sin éxito, de la inmunidad que asistía a Junqueras y del riesgo que entrañaba su privación de libertad. Nadie puso el suficiente altavoz a la advertencia. El empeño político y judicial era otro bien distinto, guiado por un escarmiento que se aplaudía con contadas excepciones. Ahora bien, si ahora osa mantener el mismo criterio en medio de la tormenta debería protegerse de los aguaceros a modo de improperios y de incansables interpretaciones de entreguismo al Gobierno y los intereses soberanistas. En todo caso, seguiría siendo una isla solitaria porque el resto apostará por más madera como ya se advierte en la rápida contestación de los fiscales.