GABRIEL Rufián, de bufón a deseado. Aquel titiritero de las esposas, la fotocopiadora y el escupitajo invisible tiene en su mano la suerte de un gobierno en un país que no es el suyo. El portavoz, que no líder, de ERC juega con dos barajas sobre el alambre de la inestabilidad y el interminable bloqueo. En una, lleva la suerte de la investidura de Pedro Sánchez mediante la abstención para impedir así que la derecha se acerque al asalto definitivo al poder. En la otra, afronta la presión de casa sabedor de que se la juega ante el independentismo institucional y el callejero radical. Para decidirse, el republicanismo catalán necesita de un triunfo visible en la mano para blindarse ante las acusaciones siempre fáciles de traidor. Al menos, el mínimo compromiso de que es posible el diálogo con unas reglas de juego de respeto mutuo y de garantía de continuidad. Tampoco sería muy difícil. De aquel problema de convivencia y de traer a la fuerza a Puigdemont, el presidente en funciones ha pasado a reconocer la crisis política de Catalunya y negarse a prohibir los referéndums. Que no sea por rectificar cuando haga falta. Y si sigue viendo imposible su designación, hasta se podría volver a la declaración de Pedralbes, incluso a un relator.

ERC camina sobre una espinosa responsabilidad. Cuando creía que el electorado del 10-N penaría el vandalismo y la insurrección tras la condena del procés, se ha encontrado con un resultado que le incomoda ahora y en los próximos comicios catalanes. La sombra de JxCat condiciona poderosamente los movimientos del resto del soberanismo, incluso dentro de esa amalgama de sensibilidades sometidas a la voluntad del irreductible Puigdemont. Rufián sabe que un paso en falso puede agrietar la condición de favorito de su partido para liderar la Generalitat. Quizá por este miedo a quedar marcado no quiere jugar en solitario la partida del voto sobre la investidura hasta tomar el pulso al resto de la delegación soberanista en el Congreso.

En este atormentado juego de fuego cruzado que supone la suerte de la investidura, EH Bildu quiere aprovechar el viento de cola que le aporta su entendimiento con ERC. Pero juega en una división inferior y por eso no encuentra el eco que pretende. Las advertencias de Arnaldo Otegi no inmutan a Sánchez y mucho menos las alusivas a presos ni más conflictos políticos. En realidad, ni siquiera hay una línea roja como se imagina la izquierda abertzale porque sus cinco escaños no mueven la silla de nadie en esta batalla.

No es decartable que Sánchez e Iglesias hayan vendido la piel del oso antes de cazarlo. De hecho, están lejos de asegurarse la victoria final pero sus gargantas profundas empiezan a propagar, sin recato alguno, las quinielas sobre cuál será el reparto de carteras, incluso hasta ponen el nombre de sus titulares. Una estudiada argucia para meter presión. Que se atrevan a boicotearnos, que les espera la derecha cavernícola de la mujer en la costura y el feminismo como nuevo cáncer, pensarán los firmantes de este pacto tan peculiar que no deja de sorprender, hasta de inquietar, por su forma y su fondo. De momento, ha contribuido a apuntalar la peligrosa división en dos bloques de la ciudadanía política. No hay términos medios en la valoración sobre este acuerdo remendado sobre el descosido anterior. Más allá de las pérdidas millonarias de los bancos, del frenazo en las inversiones, de las dudas que el Ibex pretende resolver llamando a analistas cada media hora, de la renovada ilusión de la izquierda, o del desconcierto de la derecha, la tensión se ha apoderado de los dos bandos enfrentados.

En ese Madrid que todo lo embriaga tan fácilmente empieza a fluir un ambiente que no augura nada bueno. Vox está desatado con una presencia mediática que lleva sus bravatas a cada cocina. En ese clima de euforia desafiante ampara un discurso que puede llevarse por delante, como mínimo, el decoro y la concordia parlamentaria a nada que alguien les plante cara. En el PP lo temen porque compromete sobremanera su perfil de oposición; en el PSOE, dan por descontado el brote incendiario sin tener muy claro, de momento, cuál debe ser la respuesta más idónea. Auguran tiempos de tempestad interminable que complicarán al límite la estabilidad por encima de quien gobierne. Que lo decida Rufián.