EN un ejercicio de mínima dignidad política, Pablo Casado debería dimitir como presidente del PP. Lo suyo es un batacazo sonrojante. Tras haber arrastrado a su partido a las cotas de mayor nimiedad jamás padecidas en una urna, carece de autoridad para seguir en el cargo. Es el directo responsable de una derechización histriónica por culpa de ese enfermizo temor a Vox que ha acabado pagando carísimo porque sitúa a los suyos al borde del precipicio político y económico. Apenas le quedará ahora refugiarse en el recurso ramplón de atribuir al reaccionario Santiago Abascal la dispersión de su mismo granero electoral. La disculpa del mal perdedor. Además, el temido zambombazo de la ultraderecha ha pinchado sus expectativas afortunadamente para la democracia.

Por si fuera poca desgracia, Javier Maroto llora por las esquinas al quedarse fuera del Congreso. En una noche aciaga, este fiel escudero de Casado encaja una dolorosa derrota personal y política por un puñado de votos en favor de sus acérrimos enemigos de EH Bildu, que le costará justificar en Madrid. Sin duda, esta profunda desolación en su tradicional feudo alavés escenifica sobremanera el demoledor naufragio de los populares en el País Vasco.

A menos de un mes de las elecciones locales y europeas, y en plena efervescencia de la izquierda victoriosa, Casado deja herido de muerte al PP posiblemente para mucho tiempo. Es verdad que lo cogió doliente, lastrado por la desconfianza de su pestilente corrupción y la soterrada guerra interna de unas primarias cainitas. Pero con su esperpéntica estrategia se ha encargado de hacer trizas las esperanzas de volver al poder a medio plazo, paradójicamente en su estreno.

Casado es un derrotado andante que sale trasquilado como político. En su afán de recuperar el espíritu aznarista ha ido quebrando sin contemplaciones la unidad contenida del PP mediante la absurda imposición militarista de algunas candidaturas hilarantes. Preferir a Juan José Cortés en lugar de la ministra Fátima Báñez o simplemente situar a la inexperta veinteañera Beatriz Fanjul como cabeza de lista en Bizkaia retratan su deplorable gestión.

Para su desgracia, tampoco ha cuajado en la inmensa mayoría su machacona idea de que Pedro Sánchez -a quien ha encumbrado para, al menos, dos legislaturas- vende a trozos España a los independentistas. Incluso, habrá quien le reclame con dosis de sorna que sus permanentes alusiones al terrorista Arnaldo Otegi han hecho media campaña en favor de la recuperada izquierda abertzale. Hoy más que nunca, la sombra alargada de la permanente propensión al error que representan las teorías de Teodoro García Egea debería ser tenida en cuenta en Génova para reclamar su dimisión. No sería de extrañar que Alberto Núñez Feijóo y Ana Pastor levantaran la mano para decir hasta aquí has llegado, Pablo. Lo tiene merecido.