sE está perdiendo el eco de aquel espléndido día, cuando cumplida la sexta jornada, de súbito, el Athletic alcanzó el liderato y las hemerotecas salpicaron de datos la efemérides: hacía 26 años que no ocurría algo así... Es cierto que atrapamos el momento con desmedido entusiasmo, por intuir su efímero tránsito, pero de ahí a imaginar el desplome... Porque eso es lo que le ha sucedido al equipo rojiblanco: que pasó de la miel a la hiel sin escalas en dos infaustas semanas. Hay además un punto de chirigota en el asunto, pues el legendario sambenito de levantamuertos ha sobrevolado de nuevo el teatrillo, toda vez que el Leganés (1-1) era colista y aún no había sumado ni gol ni punto en su estadio hasta que le visitó el Athletic; el Valencia llegó a San Mamés (0-1) consumido por sus demonios internos y el Celta, qué quieren que les diga del Celta que no sepan. En Balaídos el Athletic tenía a modo de antecedente unos resultados magníficos, luego había buenas vibraciones. El rival rozaba los puestos de descenso, la afición celeste estaba de uñas, su entrenador, Fran Escribá, al borde del despido y el ídolo local, Iago Aspas, más tieso que la mojama. Pues bien, Aspas logró su primer gol de la temporada, Escribá recuperó el crédito y la hinchada acabó entonando A Rianxeira feliz de la vida, como debe ser. Y dado lo bien que se llevan ambas aficiones, la legión rojiblanca que allá viajó regresó abatida a causa del resultado, pero también con una sensación palurda, lo cual es peor, pues sus colegas celtiñas les despidieron con donaire y entusiasmo desencadenando entre los nuestros lo que se conoce como síndrome ONG.

Al margen de las sensaciones, hubo un par de datos desalentadores. Las dudas del Celta, notables en el desarrollo del juego, relajaron al Athletic, que pecó de exceso de confianza. Se supo tan cómodo en el partido que apenas tomó riesgos y tampoco desplegó la ambición exigible a un equipo ganador. Aún peor fue que, cuando recibió el gol de Aspas, tampoco supo qué hacer, roto por el desconcierto y el plan de su técnico, que con la inclusión del inédito Vesga y los balones largos hacia Williams renunció a la elaboración. Eso sí. Recurrió entonces a Larra y Aduriz, que tampoco aportaron nada a un grupo con el guion roto.

En la génesis del gol estuvo implicado el joven Sancet, que nada más entrar al campo realizó la jugada con más mérito del encuentro. El espigado centrocampista navarro no intuyó la llegada de Aspas, el goleador. Resulta inaudito que a la salida de un córner no se fijen convenientemente las marcas del rival, sobre todo la de su hombre sobresaliente, el Príncipe de las Bateas, y más en una jugada ensayada y muy elemental ¿De verdad que adjudicaron su vigilancia al neófito Sancet o fue un despiste?

Aunque se deba destacar la apuesta de Gaizka Garitano por el mozo iruindarra, flaco favor hizo el entrenador al equipo desplazando a Raúl García al flanco derecho, alejando con esta decisión del área al único futbolista de la plantilla que está demostrando capacidad goleadora.

Raúl García aún tuvo ocasión de tirar de su amplísimo repertorio, lo cual habla bien de su adaptación a los tiempos que corren. Casi al final del partido, con todo perdido, recibió un manotazo en el rostro y se desparramó por los suelos del área rival con claros síntomas de dolor. Así estuvo largos segundos mientras proseguía el juego. Raúl García estaba procurando la única alternativa para remediar la derrota: un penalti por la vía del VAR, con sus tiempos y argumentario, que castiga con severidad los golpes percutidos con los brazos en la cara del contrario. La argucia no encontró rédito, tal vez porque los árbitros al mando del videoarbitraje advirtieron involuntariedad en el guantazo o quizá porque la propensión al histrionismo del chico le resta credibilidad.

Garitano transmitió otras reveladoras señales, como llevar a Vigo a Ibai Gómez para luego dejarle en la grada o los ilustres nombres que ni tan siquiera entraron en la convocatoria del partido.

La derrota, sobre todo, desinfla la ilusión que se había generado y todo esto ocurre en vísperas del parón liguero. Un largo tiempo para rumiar la desazón.