YA lo advirtió Gaizka Garitano tras la apurada victoria ante el Rayo una semana atrás: si no se mejora fuera de San Mamés, mal asunto. Todo el mundo conocía también la coyuntura del Real Madrid. A falta de objetivos, la desidia campa ancha por allá entre rumores de purgas espantosas. La prensa madrileña mata el tiempo con sus cávalas: los que se irán, quiénes se quedan o cuáles son los proyectos de Florentino Pérez para regenerar una plantilla en franco declive. En cada rueda de prensa de Zinedine Zidane solo hay un monotema: el futuro y sus consecuencias, mientras el equipo blanco languidece en su viaje a ninguna parte. Salvo uno. Impertérrito, absorto, en su nube. Ajeno a la crisis galopante, a cualquier chisme. Las malas lenguas aseguran que respecto al incendio de Notre Dame el hombre ni... (mejor no hacer caso a las malas lenguas).

Y, efectivamente, Karim Benzema, que lleva 21 goles en LaLiga, ocho en los últimos cinco encuentros, jugó frente al Athletic con el atrezzo de campeón de Europa en ejercicio y anotó tres goles como tres soles para pasmo general, es decir, cómo diablos fue posible que la defensa rojiblanca no apretara tuercas sobre el único madridista que por ser de natural disipado estaba por eso mismo tan presente, jugando con la mentalidad de un equipo ganador.

Existe otra consideración para cerrar el círculo de las obviedades: en el Santiago Bernabéu, ya esté el Real Madrid hecho unos zorros, tal que ahora, o en estadio de gracia, toca palmar. Es una mala costumbre, cierto, pero hay que considerar lo pegado que está el Athletic a las costumbres, hasta sus últimas consecuencias.

Con estos antecedentes, sin embargo había síntomas para la esperanza. Conocido que los merengones han bajado la persiana hace tiempo y todo lo que resta para terminar el curso es un trámite tedioso, es el momento ideal. Porque el Athletic sí que tiene una meta: clasificarse para la Europa League partiendo del horror, lo cual tiene doble mérito. Además estaba el último antecedente. Justo ocurrió el 14 de abril del pasado año, casi de aniversario. Con José Ángel Ziganda al frente, aquel Athletic plomizo fue capaz de arrancar un empate (1-1) en el coliseo blanco, con goles de Cristiano Ronaldo e Iñaki Williams. Entonces los futbolistas del Real Madrid se encontraban ausentes en LaLiga porque estaban preparando el asalto a su decimotercera Copa de Europa. Ahora también están en Babia, organizando la puesta a punto del yate. Bajo esta perspectiva, unos mil valientes acudieron al Bernabéu...

Cuando Garitano reclama a sus muchachos que deben hacer algo más fuera de San Mamés, supongo que no se refería a esto, o sea, un fútbol de control anodino a la espera de un golpe de fortuna. Resulta desalentador la falta de imaginación manejando el balón. Aunque igual estamos pidiendo peras al olmo, a lo mejor Iker Muniain, que tiene talento, requiere una ubicación más acorde con sus características. Tampoco parece muy habitual realizar dos cambios a la vez justo cuando el rival se dispone a lanzar un córner, más que nada porque se obliga al equipo a un reajuste. Casualidad o no, así llegó el segundo gol de Benzema, tan metido en su papel de hacerle la puñeta al Athletic, el equipo a quien ha marcado más goles durante su carrera en la Primera División.

No merece la pena abundar en los errores de Iago Herrerín, en este lance y también en el que desencadenó el tercero. El propio portero hizo gestos suficientes como para entender su enorme frustración en recinto tan señero. Tampoco en el fallo que abrió el marcador, una falta de entendimiento entre Yeray e Iñigo Martínez, probablemente el tándem más sólido del colectivo.

Sí merece en cambio destacar la falta de respuesta ante el revés de la fortuna. Cuando el Athletic quiso enmendarse, faltaron ideas, hasta el punto de propiciar una reactivación de su rival, a gusto sobre el campo y jaleado por los suyos.

De lo malo, ni ganó el Alavés, Betis o Espanyol, equipos que le discuten la séptima plaza. El último vagón a Europa se puede escapar en esta trepidante semana. O no.