Asisto perpleja a ciertas decisiones cuya explicación presumo de compleja aclaración para una ciudadana del común. Me supera, por ejemplo, no comprender por qué al tiempo que nos bombardean por tierra/mar y aire informativo sobre el avance de la pandemia covid-19 con datos alarmantes de contagios, hospitalizaciones, UCI y muertes, anuncian que el estado de alarma se suspenderá dentro de tres semanas. Me viene al recuerdo el Tribunal Superior de Euskadi y su inefable magistrado-epidemiólogo. Y siendo esta la semana internacional de la vacunación, la madeja cerebral neuronal se embrolla aún más viendo la charada sobre vacunas que llegan/no llegan, tienen efectos secundarios graves, menos graves o mediopensionistas y se administran una semana a tirios y otra a troyanos, ¡a saber por qué! aunque intuyamos la razón. Y en este tránsito, se llama a la responsabilidad individual sanitaria, loable reclamo al sentido común de la salud personal, porque solo un idiota se prestaría a jugar con su salud, pero no sé si tampoco con la de los demás; ¿cómo le digo al fumador a mi lado que lo deje si ni el poder legal ni ejecutivo le obliga?, ¿y que se ponga la mascarilla en un lugar cerrado si no es obligatorio?

La condena a la manada de Sabadell me reconcilia en parte con la Justicia, aunque no sea 8 de marzo, porque este año ya han asesinado a 5 mujeres y una de cada tres sufre o ha sufrido violencia de género. Ya no estamos en el 19 abril 1692 en Salem-Massachusetts para ser acusadas y perseguidas por brujería y actos demoníacos, pero todavía podemos escuchar en Les Corts Valencianes a una parlamentaria, ¡sí, mujer!, del partido negacionista Vox, afirmar que no existe la desigualdad laboral por género ni conoce a mujer alguna que "haya tenido impedimentos por ser mujer". Quizá no sepa que tres millones de mujeres trabajan a tiempo parcial, de las que solo el 10% así lo ha decidido, mientras el 52% quisiera tener jornada completa. También podría comprobar que existe una diferencia salarial media del 11%, a consecuencia de la cual, comparadas con los hombres, desde el 11 de noviembre hasta fin de año ellas trabajan gratis. Con todo, lo llamativo es que niegue la diferencia salarial atribuyendo la culpa a las propias mujeres, porque, según ella, prefieran trabajar medio día para poder atender su casa, a sus hijos y mayores€ a la voxera solo le faltó añadir que la esposa trabaja para complementar el salario "principal" del marido.

Supongo que habrá gozado con íntimo ardor negacionista el butaqueo al que Erdogan y Charles Michel sometieron recientemente a la señora Von der Leyen. Para qué darle una silla en paridad si ella estaba a media jornada porque tenía que irse a cuidar a sus hijos y poner la colada.

Si niega lo evidente, para qué hablar del maltrato psicológico contra la mujer, que no se ve, pero que anula y te quita la autoestima. Quizá esta parlamentaria lo sufra personalmente hasta el extremo de manifestar el síndrome marital de Estocolmo.

Ya sabemos que la pandemia es lo urgente para la responsabilidad personal que nos piden, pero la evidente discriminación laboral por género no requiere menos de esta responsabilidad.

De no ser así, no estaría de más tener a mano popular una Salyut y/o el planeta extrasolar como vías de escape, por si acaso.

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