una de las maneras más antiguas -y sumamente extendida en los Balcanes - de competir es denigrar al rival. Eso de denunciar fallos ajenos antes que señalar méritos propios está tan enraizado que ahora mismo un Gobierno comunitario ha recurrido a ello con tal de hacerse con una cuantiosa inversión industrial extranjera.

Los protagonistas de la historia son Bulgaria, Turquía y el consorcio automovilístico alemán Volkswagen (VW).

Este decidió provisionalmente a principios del verano construir una gran fábrica en Izmir. Con ello, VW -en cuyo accionariado figura el Gobierno de la Baja Sajonia- pretende beneficiarse tanto de la baratura de la mano de obra local, como del gran mercado potencial de una nación de 80 millones de habitantes.

Los riesgos políticos y financieros de un Gobierno autoritario, cómo el de Erdogan, parecen pesarles menos a los alemanes que las ventajas económicas. Tanto es así, que esta inversión sería una de las más cuantiosas que habrá hecho el consorcio fuera de Alemania. De ese proyecto tienen noticia todos los países del este de Europa y casi todos han hecho lo que han podido y sabido para atraer a VW. Y todos menos uno se han conformado con las preferencias turcas de los alemanes.

Ese uno es Bulgaria, el país más pobre de la Unión Europea (UE). La disconformidad búlgara se debe tanto a razones económicas como históricas. Estas últimas son la fuerte antipatía de la población y de las autoridades hacia Turquía; las primeras son la falta de una alternativa a una inversión de tanto impacto financiero, laboral y tecnológico. Lo malo para el Gobierno búlgaro es que además de carecer de argumentos objetivos para atraer a VW, tampoco puede enfrentarse directa y agresivamente a los turcos porque corre el riesgo de que Erdogan abra la frontera turco-búlgara y la pequeña nación balcánica se vería invadida por un alud de fugitivos tercermundistas.

En vista de lo cual, mientras las autoridades de Sofía protestan comedidamente -ante todo se duelen de que se prefiera una nación extracomunitaria antes que a un miembro de UE- las 200 industrias búlgaras auxiliares del automóvil han formado una asociación (Automotive Cluster Bulgaria) a cuyo frente ha puesto al expresidente del país (2012/17), Rosen Plevnellev. Y este, como ya no ejerce ningún cargo político oficial, se ha lanzado a denigrar a Turquía y su Gobierno para hacerles cambiar de opinión a los alemanes. Plevnellev ha recurrido a todos los tópicos y a algunas evidencias.

Entre aquellas figuran las jeremiadas de que una inversión así hunde la moral de los defensores de los derechos humanos y debilita a la oposición democrática turca. En la otra categoría, el argumento más fuerte es la debilidad de la lira turca y la recesión económica en que ha entrado la república de Erdogan. Nada de esto es probable que haga cambiar de parecer a Volkswagen.

Porque de lo que no habla Plevnellev es de que mientras Bulgaria sufre un retroceso demográfico y una constante sangría de sus mejores fuerzas laborales, en Turquía sucede todo lo contrario. Y, sobre todo, mientras Bulgaria es un mercado paupérrimo de siete millones de habitantes, Turquía promete importantes ventas inmediatas con sus 80.000.000 habitantes y un PIB anual per cápita de 9.500 dólares.