S una lucha contrarreloj, una búsqueda incesante de la salida, el alivio de la presión que ya tiene al personal, incluso al que solo espera y toma medidas de prevención (y no trabaja, por tanto, en la búsqueda de soluciones o en la aplicación de remedios...), hasta los mismísimos. Sea cual sea la postura, nos sirve el viejo aforismo africano, ese que dice que seas león o gacela, cada nuevo día no te queda más remedio que correr.

La velocidad es el ritmo de los tiempos. En esa marcha se aplicaron los laboratorios farmacéuticos en busca de una vacuna que aliviase los dolores de la enfermedad y las penas de una vida a oscuras, condenada a las puertas cerradas y el cero en el casillero de los contactos con el prójimo. Ese mismo vértigo es el que ha despertado sospechas y han sido suficientes un puñado de casualidades (o de reacciones adversas a medio y largo plazo, no está claro aún...) para que el personal haya marcado con un par de tibias y una calavera los envases de AstraZeneca. Sospecha y miedo que propiciaron un parón en sus aplicaciones. La ciencia, en lo que puede, nos asegura que no hay nada que temer, que la vacuna de Cambridge tiene el mismo crédito que, qué sé yo, un licenciado en la universidad ubicada en esas mismas tierras británicas.

Poco a poco va remitiendo el soponcio -ha sido mucha la gente vacunada con esa solución...- y aseguran que no hay porqué mantener al alza la bandera de los temores. Hasta tal punto invitan a la tranquilidad que el Gobierno vasco se muestra favorable a elevar la edad de vacunación con AstraZeneca de los 55 años actuales hasta los 65 y a que este suero se use para vacunar a la población general "según criterios de edad" una vez se haya inoculado a los profesionales de colectivos prioritarios. Seamos león o seamos gacela, como les dije, tenemos prisa por hacerlo. Y hacerlo bien.