EL futuro arrasa con el pasado a su paso, es cierto. Pero ahí están las fotografías y la memoria para recordarnos que existió Pompeya, la gran ciudad industrial; que antes de que lloviesen las ideas creativas y la estética hubo chaparrones de sudor e ingenio alrededor de aquella industria que se puso en pie con toda una revolución.

Tiempos modernos, una de las grandes obras maestras de Charles Chaplin, es una mezcla entre el cine mudo y el sonoro; incluso a veces es considerada como la última película muda de la historia. La historia se cuenta en un santiamén. Extenuado por el frenético ritmo de la cadena de montaje, un obrero metalúrgico que trabaja apretando tuercas pierde la razón. Después de recuperarse en un hospital, sale y es encarcelado por participar en una manifestación en la que se encontraba por casualidad. En la cárcel, también sin pretenderlo, ayuda a controlar un motín, gracias a lo cual queda en libertad. Una vez fuera, emprende la lucha por la supervivencia en compañía de una pobre joven huérfana a la que conoce en la calle.

En la película se emplearon algunos efectos auditivos, como música, cantantes y voces provenientes de radios y altavoces así como la sonorización de la actividad de las máquinas. Algo semejante ha ocurrido en Zorrotzaurre a lo largo de los últimos años: fue allí donde humearon las viejas y grandes fábricas y algunos de los restos de aquel naufragio industrial recuerdan, a veces, al patio de una cárcel tras el motín. Como remate de este juego de espejos, decir que Zorro-tzaurre ha sobrevivido a los tiempos duros del olvido y hoy destaca como el espacio elegido para el estirón de un nuevo Bilbao moderno, ya veremos si con tanto peso como el que tuvo aquel mundo esfumado. No conviene caer en la red de las añoranzas ni en los cepos de la nostalgia, sobre todo porque aquel universo que hizo de Bilbao un territorio sagrado para la industria, no volverá jamás.