OS filipinos insurrectos les sitiaron en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, durante 337 días. Fue la última resistencia en un conflicto que tocaba a su fin. El hundimiento del Maine, como hoy la llegada de pandemia, sirvió de casus belli para el inicio de la guerra hispano-estadounidense que tuvo sus derivaciones, en este caso en el citado pueblo oriental. Aquella resistencia, sin medios, en una iglesia, bautizó a quienes se mantuvieron en pie como los últimos de Filipinas. Cuentan las crónicas de guerra que las autoridades filipinas aceptaron unas condiciones honrosas de capitulación y permitieron su paso, sin considerarles prisioneros, hasta Manila, con el presidente filipino, Aguinaldo, emitiendo un decreto en el que exaltaba su valor.

¿Llegaremos a estos extremos en el caso de la hostelería vasca, rodeada por las cuatro esquinas y empecinada en mantenerse en pie, sobre todo porque la alternativa es peor? Están volcándose para la supervivencia pero basta con ver cómo ha descendido la tasa de positividad (la incidencia de la pandemia, al fin y al cabo...) para intuir que no eran del todo malas las medidas. ¿Exageradas? ¡Quién sabe! Lo cierto es que la hostelería de hoy merece un aplauso por el aguante.