UÁNTA razón tenía el ingenio de Quino! El argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón le pidió prestada la voz a su criatura, Mafalda, hoy huérfana para desgracia de millones de seres humanos, para hablar con la verdad por delante. Antes, mucho antes de que nos alcanzase la pandemia, ya lo había visto venir. "Hay más problemólogos que solucionólogos", dijo. Y en esa frase cachazuda y cachondona se resume, a día de hoy, un buen puñado de sentimientos de la ciudadanía, desorientada ante lo vivido.

A la espera de la corrección de los últimos exámenes, el lehendakari, Iñigo Urkullu, anunciaba ayer en Radio Euskadi una amenaza latente: es probable que se incremente la carga de los deberes si los resultados de los últimos ejercicios no alcanzan el aprobado. Y como quiera que nos estamos examinando de materias que no entraban en el programa de estudios, uno sospecha que no vamos a sacar una nota que nos permita sacar pecho.

No quiere el lehendakari hablar de confinamiento porque esa palabra le recuerda a un sortilegio que invoca a demonios y brujas capaces de destrozar, sobrevolándolo, el tejido económico. No quiere pero no sabe si podrá contener el tsunami que ha provocado, además, la aparición de los vándalos que actúan en el nombre del "no" y campan a sus anchas por una ciudad que cada día se nos estrecha un poco más. "¡Libertad!", gritan. La madre que los parió. En nombre de una palabra que tanto cuesta conquistar traen consigo la violencia y los destrozos. Buena parte del pueblo, harto de tanto sufrir, corre un riesgo: unirse a las hordas, sin sacar ventaja alguna, o salir a la calle a pararles como merecen. ¿En nombre de quién o de qué levantan el hacha? Que tengan cuidado, que hay mucha gente harta.

Es la gota que colma el vaso. Vemos que el avance del coronavirus es complicado de atajar. Ataca por todos los flancos y no somos capaces de levantar eficaces barricadas. Acabamos de escucharle a Urkullu y en el aire flota la sensación de que dentro de dos o tres días habrá que volver a cavar la zanja para protegernos. En buena parte es culpa de la naturaleza hostil del virus, pero tampoco hemos trabajado a fondo en su detención. Así que tengan cuidado ahí fuera, como aconsejaban en la legendaria Canción triste de Hill Street. Que se protejan los tontos a las tres de las violentas protestas porque paciencia falta. Y mucha.