L primer beso puede ser tan maravilloso o tan aterrador como el último, pero ahora solo nos preocupa uno: el siguiente. Esperándole, nos regodeamos en la ensoñación haciendo cálculos sobre cuándo y a quién. No es fácil la decisión pero visto que ayer fue el Día Internacional del Beso en recuerdo de aquella pareja tailandesa que se besó durante 58 horas en un certamen, merece la pena echar la vista atrás para impulsarse hacia el futuro, hacia el cuándo. Si se les hacen duros los cálculos le pueden preguntar al maestro ruso de ajedrez Garri Kasparov que también ayer apagaba 57 velas. Es capaz de ver la próxima jugada.

"¿Quién iba a decir que un beso pudiera ser así, capaz de alterar el paisaje interior hasta tal punto de desbordar los mares, de empujar los ríos montaña arriba, de devolver la lluvia a las nubes?", se preguntaba el poeta, dicho sea para darle un baño de lírica a la tosca prosa de estos días. Sabemos que ayer también se sobrevoló Bilbao menos que cualquier lunes de Pascua desde que existe la aviación (al parecer es una fecha de alas sueltas en Bilbao...) y escuchamos a Adolfo García Sastre, un microbiólogo del hospital Monte Sinaí, de Nueva York, con la esperanza que se escucha a los profetas. Por lo menos se tardará un año en dar con la vacuna, advierte. Y nuestro gozo cae en un pozo. En el tono metafórico de estos días vuelve a pronunciarse la terrible palabra: mañana. Mañana miraremos de nuevo el recuento de las bajas y para un mañana sin fecha nos convocarán en la calle. Ya está dicho que el futuro dará con la solución científica y tampoco nos precisan si estaremos todos para verlo. Mañana, mañana... ¡siempre mañana, coño! Por eso les hablé del Día Internacional del Beso de ayer, porque el pasado ya lo tengo controlado. Ayer no besé. Mañana, quién sabe.