A trancas y barrancas en ocasiones o desatado como un vendaval en otras (no tantas, por desgracia, para pensar en las grandes conquistas...) el Athletic mantiene viva la esperanza en el ecuador del largo viaje de la temporada. No es un mal estado, habida cuenta que esa es la naturaleza de un equipo libre de cadenas. Desde el famoso texto de Cristóbal Colón en que dice haber llegado al paraíso terrenal, la imaginación se desbordó para atribuir todo tipo de bondades ingenuas a los naturales, como se les llamaba en los documentos de la época a los indígenas. De ahí nace el mito del buen salvaje como un lugar común o tópico en el pensamiento europeo de la Edad Moderna, que nace con el contacto con las poblaciones indígenas de América. Este mito, aún hoy, forma parte del imaginario de muchas personas sobre la relación entre los pueblos civilizados y los primitivos.

¿Qué quiere decirse con esto? Que frente al fútbol sofisticado de pases milimétricos y sentido sinfónico del juego que se pregona como el gran tesoro de las civilizaciones (los campeonatos, quiero decir...) modernas, existe un juego más salvaje y desatado, un fútbol que se plantea como solución a los problemas antes que como una ecuación de tercer grado que enloquezca a los rivales, que les plantee problemas irresolubles. El último Athletic, el de Madrid y de Sevilla, salió ileso de semejantes vicisitudes y, sin embargo, aún se escuchan algunos ecos que sobrevuelan como pájaros de mal agüero. "El equipo no juega a nada", "No tenemos creadores, solo actitud", "este Athletic no divierte" y cosas así. La globalización del fútbol, la enorme cantidad de partidos que desfilan ante los ojos de la afición, exponen determinados ejemplos en el escaparate. Y parece que se haga ley jugar de determinada manera.

Si uno se plantease el fútbol solo como demandan algunos, como un espectáculo, nada habría que decir. Es verdad que el Athletic no exhibe sensuales curvas sobre el césped (la Real Sociedad de hoy es un ejemplo....) ni unos bíceps fornidos que golpean una y otra vez al rival. También es cierto que del blanco al negro hay una escala de grises y que sería apreciable ver al equipo clarear con más asiduidad. Pero el fútbol no es solo espectáculo. Para empezar, es un deporte de competición que se practica, a estas alturas, en pos de un objetivo. En casos particulares (y el Athletic es uno de ellos, quizás el más acusado debido a su filosofía...), es incluso más: es el santo y seña de un pueblo, de una manera de ser.

Quiere decirse que aun reconociendo que el juego del Athletic que propone hoy en día Gaizka Garitano y que defienden con uñas y dientes sus jugadores (los futbolistas siguen a pies juntillas a quienes les dan resultados, sea cual sea la vía para lograrlos...) no es propio del Music Hall ni de Broadway, sí posee una particularidad: el Athletic ha jugado así a lo largo de muchos años de su venerable vida. Y con ese estilo de cargas de caballería desatadas o de férreas defensas de la casa del padre, ha escrito su centenaria historia. Hoy las modas son otras, ya lo sé. Pero cuando se produce el prodigio de que los grandes jugadores se aplican a esa idea sin desmayo hay días que uno no cambiaría por otros, más aterciopelados. Y cuando, como ocurre hoy en Europa, un equipo como el Liverpool de Jurgen Klopp juega en tempestad permanente, los amantes del fútbol de lujos le miran con la boca abierta. ¿Y entonces qué?