EN apenas una década la circulación ha cambiado como de la noche al día. La aparición de vehículos singulares, como los patinetes y las bicicletas eléctricas, en un Bilbao en cuestas modifica el tráfico rodado una barbaridad. No diré que la transformación equivale a aquellos tiempos en los que pasamos de los carruajes a los coches, pero casi. Hoy lo vemos como algo lógico, pero en el futuro los historiadores o los antropólogos estudiarán estos días como los orígenes de una nueva movilidad en la ciudadanía, una moderna circulación. No es fácil amoldarse en un santiamén a esta variación de costumbres, así que los reguladores del tráfico rodado se ven obligados a amoldarse al compás acelerado de la bicicleta y el patinete en sus leyes.

Las baterías eléctricas les facilita un pulmón extra y a semejante velocidad no queda otro remedio que regular su paso. No hay un cuerpo humano capaz de esquivarles a 30 kilómetros por hora, así que no queda más remedio que hacerles bajar un escalón a los usuarios: de la acera al asfalto de la carretera. En los corrillos ya se habla, incluso, de una novedad de este siglo, de nuestro tiempo y los venideros: el asfalto inteligente para regular el paso del patinete electrónico, al igual que coches, motocicletas, autobuses y demás de vehículos.

En torno a esta realidad surge una pregunta: ¿para qué corre la gente? Es un ahorro de tiempo, dicen los más asiduos a la velocidad.

El tiempo. Probablemente sea el valor oro de nuestra era, donde tanto escasea. El poeta Mario Benedetti nos dijo que “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”, pero eso, me temo, es solo una licencia poética. Es difícil definirlo. Si uno tuviese la obligación de hacerlo se vería en un compromiso de los duros. Imagino que uno sospecha que el tiempo es la divisa de tu vida. Es la única divisa que tienes, y solo tu puedes determinar como será gastada. Se cuidadoso y no permitas que otras personas la gasten por ti. Eso recomiendo.