UN hilo acuático y sentimental cosen la historia de Bilbao y la Ría, ligadas a lo largo los tiempos . No en vano, la ciudad nació donde la ría comenzaba a ser navegable y existía un puente que la cruzaba. Dicen las crónicas que los primeros indicios de población se registraron en sus orillas y se sitúan en torno a 1075. Siglos después a su vera se creó el Consulado de Bilbao y el desarrollo de la industria minera en los cercanos montes de Miribilla y de Triano favoreció la industria metalúrgica que se instaló en los márgenes de la propia ría, lo que significó un poderoso enriquecimiento para el territorio.

Hasta mediados del siglo XX, los desechos, tanto industriales como urbanos, eran arrojados indiscriminadamente a las aguas, contaminándolas. Desde los años 80 la ciudad, consciente ya de que aquel modelo de industria estaba agotado, promovió proyectos de renovación y saneamiento que, además de purificar las aguas, han buscado el embellecimiento de los márgenes. En los alrededores del cambio de siglo, Bilbao puso sus ojos sobre el vaivén de las mareas y de vivir a espaldas de aquel vertedero acuático paso a recrearse la vista con ese. Desde entonces -y cada día más...- hay gente que se asoma a los puentes y a los paseos y se queda mirando el fluir del agua y deja hablar a la ría, cargada de historias, desde naufragios y ahogados hasta la fauna que regresa, desde las leyendas hasta las aventuras navieras.

-¿Y qué te dice la ría?, se preguntan los menos poéticos.

-Eso es cosa tuya y de ella, hay que responderles.

Viene al caso esta reflexión ahora que los gobernantes buscan dar un paso más. Embellecida y en apariencia más saludable, ahora buscan darle uso distinto al del último siglo. Llama la atención la apuesta por la playa urbana, habida cuenta que son, somos, un puñado de generaciones las que no se hubiesen bañado en sus aguas jamás. Desde los tiempos de los maravedíes no se baña nadie sin cautelas. Va siendo hora.