S la tierra en la que crecen los frutos de lo imposibles y el país donde todo el mundo sabe. Es el fútbol en su máxima expresión el que hemos visto en los últimos días si fijamos la mirada en el Athletic. ¿Acaso no parecía una quimera que el Athletic superase al Sevilla arrollándole en media hora tras balancearse a su merced en los 60 minutos precedentes? De la misma manera la cátedra había cuestionado el juego de Muniain, etéreo e intrascendente. Cuando salió, confiésenlo, muchos pensaron ¿para qué?. Otros mascullaron, ¡qué hace Garitano, no tiene ni idea de mover al árbol para caigan las nueces de la remontada? ¡Qué bien haríamos en quemar nuestros carnés de entrenador, carajo!

Pero eso es el fútbol, ese es su encanto. Si siempre se cumpliese lo previsto, si nunca se torciesen los renglones del guion, no hubiese alcanzado jamás el paraíso de los deportes espectáculo. El fútbol es el espejo en el que uno se mira. Hay días en los que uno se siente capataz siendo obrero, jefe cuando es subordinado, habitante de un país único cuando su nombre apenas se encuentra en la letra más pequeña de los mapas. Por eso Jon Morcillo acaba de dar con la tecla. No quería llegar hasta ahí, lo que pretende es construirse un hogar para siempre.