Todas las elecciones tienen varias lecturas. Las de la denominada Irlanda del Norte -los seis condados de la provincia del Ulster no integrados en la Irlanda independiente- pueden verse desde el histórico triunfo del Sinn Féin o de la transformación de la sociedad norirlandesa.

La primera lectura habla de un proceso natural de crecimiento del voto católico independentista, el gran temor demográfico del unionismo. La segunda habla de una sociedad que empieza a tomar conciencia de una realidad adicional al sectarismo histórico que es una oportunidad de construir un futuro sólido. De esto habla el voto efectivo y su orientación. El Sinn Féin gana porque repite escaños sobre la elección de 2017. El voto real no es más que un 1,1% más que entonces. Es la fractura del unionismo lo que resta al DUP un 6,8% de voto y de tres a cuatro escaños. Y esa factura tiene un interpretación clara: el voto por Europa.

El Sinn Féin, a diferencia de otras izquierdas independentistas más cercanas, ha asociado su proyecto a la Unión Europea. Ha entendido que Europa ha ejercido de garantía de paz, crecimiento económico y transformación social sobre la que asentar el horizonte de la reunificación. El Brexit se lo ha puesto fácil y el efecto de las políticas europeas en la calidad de vida de los norirlandeses, el riesgo de perderla, ha hecho el resto.

La caída del unionista DUP coincide con el ascenso de voto del partido de la Alianza, que dobla escaños al aglutinar voto católico y protestante con su discurso no sectario y europeísta, y con la merma que le provoca la escisión en sus filas del sector del unionismo contrario al Brexit. Esta tercera vía que gana peso en la sociedad norirlandesa no resuelve por sí misma la gobernabilidad pero abre la puerta a una evidencia: el futuro no es solo católico o protestante, irlandés o británico, sino europeo; y una nueva generación lo siente así.