UELVE el sesudo análisis sobre el devenir de las derechas y las izquierdas, su vigencia y cómo son capaces -o no- de evolucionar. Es una historia de herencias, de aquello que lastra el pensamiento con una percepción de la realidad y un deseo de amoldarla tan intensamente instalados en el ADN que persisten. Facilita la simplificación, sobre todo si es peyorativa, pero no hace sino reforzar el círculo vicioso. Mucho de eso hay en la dialéctica del reproche que ha rescatado, si es que se fueron, términos como facha y rojo para calificar al rival. El calificativo de facha lo tenemos en las papilas casi más que en las neuronas. Sirve para calificar casi todo lo que recorta la libertad absoluta de hacer incluso más allá de lo razonable. El contraataque es rescatar sin complejos eso de llamar rojos a quienes se asocia con desorden o represion del pensamiento. Ni la izquierda vigente tiene nada que ver con las purgas de Stalin y Beria, ni la derecha desacomplejada se reduce a con los pogromos mecanizados de Hitler y Heydrich. El asunto es más difícil de gestionar porque las herencias aceptads son más sutiles que las indeseadas. Son la coincidente disposición a minimizar el daño, soportar el error e incluso justificar la necesidad de la represión. Siempre por un fin elevado: la patria, el pueblo, la libertad... En el sustrato más íntimo de los extremos de ambos lados ese virus les iguala.