LO digo por el final de la tercera campaña electoral del año, que no garantiza que no entremos en una dinámica similar el próximo. Pero hemos llegado hasta aquí por una estrategia peligrosa: la tentación de Pedro Sánchez de laminar a su izquierda y derecha para concitar eso que llaman propuestas de amplio espectro. La holgura que le faltaba para gobernar con 123 diputados la busca con el riesgo de reproducir, en el mejor de los casos, el escenario precedente. Ahí habría priorizado castigar a Podemos y a Ciudadanos. A los primeros, señalándolos como responsables; a los segundos, robándoles el discurso. Eso ha llevado el centro del debate a posiciones que no responden al centro político sino a disputar el partido en la cancha del nacionalderechismo español. En ese tránsito, el PSOE se ha dejado la plurinacionalidad y ha colaborado en la consolidación de un discurso preconstitucional que niega la existencia de diferentes realidades sociopolíticas -nacionalidades y regiones-. El modo en que una fuerza residual como Vox ha logrado marcar el discurso de toda la derecha y cómo el espacio dejado por esta ha sido ocupado por Sánchez con renuncias ideológicas es revelador. La responsabilidad de la pedagogía democrática la otorga la legislación al sistema de partidos. Los españoles han renunciado a ella y reducen el concepto de democracia a mero sufragio: basta con convencer a una mayoría para modificar principios democráticos de igualdad, libertad y respeto a la minoría. En democracia, eso solo se para con una riada de votos que diga el domingo desde Euskadi a esas fuerzas que hasta aquí hemos llegado.