DESPUÉS de la gastroenteritis que sacudió al líder de Ciudadanos al principio del verano, llegó la espantada entre tanta incertidumbre política, no fuera que Sánchez volviera a ponerle ojitos de abstención o el PP intentara abrazarle para ese coágulo de la derecha que promete el fin de la atomización del voto conservador. Rivera ha estado desaparecido durante un mes y se cotiza al alza entre tanta presión a la que está sometido el líder naranja al que, con tanto frente abierto, ya empieza a atenazarle un dolor de tripas más grande que la bandera. Hoy reaparecerá en el pleno extraordinario del Congreso y después en aquella ejecutiva que designó a su imagen y semejanza tras las simas abiertas en el partido para que nadie le pusiera un pero a su “no” a Sánchez. Pero a Rivera le aprieta tanto la derecha como el cinturón político en el bajo vientre. Todos le quieren tanto que se diría que está por no volver, ejercitando una autodeterminación política que, si no hay acuerdos, puede pasarle factura con unas hipotéticas nuevas elecciones y un resucitado bipartidismo que acecha en el calendario de otoño como un fuerte apretón. Bajó la persiana en agosto pero esa paz se termina y su regreso dibuja cierto espanto que transita entre mantener el cordón sanitario al PSOE, la marca electoral con el PP -con su modo avión hacia Vox- o seguir solo con su descrédito. Ha sido un verano tan discreto para un líder borracho de presencia pública y palo-selfi que cualquiera sabe qué Albert nos encontraremos y dónde. Puede que una vez más, en ese extraño centro, siempre con prisa y urna después de un verano sin decir nada y con sus pactos diciéndolo todo.