PRIMERA jornada del pleno de investidura de Pedro Sánchez y la sensación fue algo así como empezar a mirar piso de vacaciones. Todas las ofertas parecen caras y con pocos servicios pero, como el caso es salir del entorno habitual, se suele bajar el listón de la exigencia. A eso parece seguir aferrado el secretario general socialista que, aunque es evidente que pretende seguir realquilado en Moncloa, tiene un pedir -apoyo para gobernar-que parece un dar -sus silencios, su no negociación con las fuerzas políticas de las que dependería la estabilidad de su gobierno-. Y, como siente que la demanda de piso de vacaciones supera con creces a la oferta, Sánchez ha puesto sobre la mesa su apartamento de un dormitorio, sin ascensor ni garaje. Ocurre que Pablo Iglesias ya ha acreditado que tiene otras expectativas inmobiliarias y ayer se sacó la espina de la bilis tragada. Por lo visto en el día de ayer, la contraoferta de Sánchez a quien le pide plaza de garaje no pasa del derecho a uso de raya de aparcamiento en la calle. Pero ocurre que, a lo que pase en el todavía no-pacto, solo se le puede contraponer el hooliganismo de Albert Rivera y su disputa del liderazgo de la derecha a Pablo Casado con unas formas y unos mensajes que, por comparación, casi hacen parecer razonable al líder del PP. No es fácil estar con Sánchez y sus silencios, No se hace querer. Pero el compendio de frases hechas, de crispación y populismo, cuando no directamente la caspa y guerracivilismo; ese globo lleno de nada que inflaron ayer Casado, Iglesias y Abascal en contraposición casi dan ganas de que el coche de Iglesias duerma al raso.