SI el lehendakari quiere dar margen a que los partidos de la oposición cambien el chip y lean los resultados electorales en clave de búsqueda de consensos, va a necesitar paciencia. Porque la primera semana ha llegado marcada por algún indicio preocupante. Lo es que Alfonso Alonso se sienta en disposición de trazar líneas rojas para un entendimiento futuro en el que el pan y la sal que ha venido negando en los últimos meses al Gobierno vasco le hacen ahora más falta a él. También lo es la situación difícil que encara Elkarrekin Podemos tras constatar que se ha acabado el cheque en blanco de sus votantes vascos y que empiezan a retornar a donde solían: socialistas e izquierda abertzale. La digestión difícil de los resultados le está llevando a la desorientación de negarse a hablar siquiera con el PNV en materia de gobernabilidad de ayuntamientos y orientarse a un futuro que muy bien puede acabar por dejarle como única decisión en qué brazos dejan morir el proyecto: PSE o EH Bildu. Hablando de estos últimos, se han pasado una semana tratando de explicar por qué sus mejores resultados desde 2011 no les han permitido ganar ninguno de los pulsos planteados al PNV. La tétrica conclusión a la que llegó Otegi -la del doping con “votantes reaccionarios”- se ha enquistado en el discurso de la coalición porque lo dice el pater. No sé cuánto de reaccionarios se han vuelto los votantes que le dieron antes y le han quitado ahora alcaldías como la de Bermeo, pero no creo que se sientan menos abertzales que los votos anticapi e internacionalistas de Podemos que han vuelto de ese redil. O quizá solo es que la frustración de tocar techo y no poder pide otra vuelta electoral, a ver si a la tercera...